miércoles, 30 de diciembre de 2009

Otros resultados

Son tiempos de bonanza informativa para el hincha de All Boys. Más allá de las escasas líneas que cada cinco días Olé suele dedicarle al Albo, hoy cualquier hincha intrépido y con cierta avidez por acceder a noticias del club tiene relativamente a mano una apreciable abundancia de oferta periodística… O, bueno, de algo parecido al periodismo.

Entre los programas de radio partidarios que hay por aquí y por allá (un saludo a Juan Carlos Pellegrini, a Pablo Ladaga, a Pedro Da Luz, hasta a Claudio Sintes), los sitios dedicados -bien o mal- únicamente al Ascenso, los más entusiastas blogs y hasta este casi lujo que es ABD1, el hincha puede obtener datos sobre All Boys prácticamente a diario. Datos mínimos, sí, pero datos al fin.

Hace apenas unos años, cuando el Albo estaba en la B Metro y el siglo todavía era el XX, hasta resultaba difícil enterarse del resultado del partido. Por suerte, como siempre, estaba el gran diario argentino.

Clarín solía dedicar el último párrafo de la última columna de la última página de la sección Deportes (que casi era la última sección del diario, justo antes de las necrológicas) a un apartado lacónico e indispensable que se llamaba “Otros resultados”.

“Otros resultados” era un canto a la austeridad: apenas enumeraba los resultados amontonados de todos los partidos de la B. Alguna vez, de milagro, incluía a los autores de los goles.

“Otros resultados” estaba precedida por un rombito, rústico ícono que para el hincha del Albo y del Ascenso todo resultaba tan revelador como la piedra de Rosetta.

Ese renaultiano símbolo en negrita, que Clarín brindaba con toda parquedad y casi a desgano, era en los ochenta prácticamente la única señal de que el mainstream periodístico iba a otorgar unos milímetros a reportar los vaivenes de All Boys.

Va para los imbéciles que dicen que todo tiempo pasado fue mejor.

martes, 22 de diciembre de 2009

Linda noche para un Scamporrino

Es una debilidad de los hinchas de All Boys. Por su juego, por su tranco largo, por sus golazos desde afuera del área y, por ese plus -casi genético, casi nazi- que los ojos del simpatizante ven en todo jugador salido de las inferiores del club.

El Chino Germán Scamporrino acordó irse por seis meses a recuperar ritmo en Colegiales, en Primera B, y no parece mala idea. Que vaya, que vuelva.

No vi el contrato, pero parece que se trata de un préstamo sin opción. OK. El Chino es una joya patrimonial que el Albo no debe perder. Lamento, claro, que no se quede en el equipo actual de All Boys, pero lo cierto es que desde el ascenso al Nacional B, hace un año y medio, prácticamente no pudo jugar.

Entre lesiones musculares y azarosos problemas físicos de esos que aquejan a sólo uno de cada 538.000 futbolistas, Scamporrino apenas participó en un par de partidos de la última temporada y media, después de tener un nivel consagratorio en el plantel campeón de la B Metro ‘07/‘08. Ese año la rompió como delantero, en dupla con el Pato Solchaga y con el Grandote Martínez, aunque también supo rendir bien como volante por izquierda y como enganche.

Esperemos que Ariel Zárate, Matías Pérez García y Agustín Torassa estén bien durante la última mitad de la temporada y que en Floresta no terminemos extrañando al Chino Scamporrino más de lo que ya sabemos que lo vamos a extrañar.

Y una fija: en seis meses, cuando el Albo empiece a armar el plantel para la próxima temporada, el retorno del Chino va a ser una hermosa noticia.

martes, 1 de diciembre de 2009

Defensa del localista

Voy a salir del clóset: confieso que soy localista. Lo dije. Estoy perfectamente al tanto de que ser tildado de “localista” resulta una de las peores afrentas que pueden intercambiar dos seguidores del mismo equipo.

Admito que el 90 por ciento de las veces que vi a All Boys fue en Floresta. No significa eso que no haya ido nunca de visitante, por supuesto. Un rápido safari de recuerdos me advierte que he seguido al Albo por canchas como las de Racing, Vélez, Ferro, Atlanta, Chicago, Chacarita, Quilmes, Huracán, Español, Almagro, Estudiantes de La Plata, Estudiantes de Caseros, Talleres de Escalada, Tigre, Los Andes, Excursionistas, Arsenal, San Martín de San Juan, San Martín de Tucumán, Instituto, El Porvenir, San Miguel, Temperley, Platense, Morón, Douglas Haig, Colón, Laferrere, Almirante Brown y quizás otras que –a Dios gracias– seguramente no vienen a mi memoria. Pero por cada partido que fui de visitante, tal vez debo haber asistido a diez de local. O sea que este listado no lava culpas ni anula mi indisimulable condición de localista.

Juguemos al diccionario:
Localista. Adj. Hincha de fútbol que sólo va a ver a su equipo cuando juega de local, en su estadio.

Ir a la cancha muy seguido de local y rara vez de visitante implica un voto por el confort que poco tiene que ver con la pasión irrefrenable que se le atribuye al hincha de ley. El localista se evita una serie de adversidades evidentes: historiales hostiles, fuerzas policiales hostiles, hinchas rivales hostiles, empleados de boletería hostiles y medios de transporte hostiles (por no hablar de los también hostiles arbitrajes, a los que en estos casos también se los llama “localistas”, que en la acepción que atañe al referato significaría “jueces ávidos por favorecer al rival de nuestro equipo, que nos recibe en su estadio”).

Pero los tiempos cambian. La prohibición al ingreso de hinchas visitantes que rige –en forma discriminatoria– desde hace dos años en los torneos del Ascenso parece haber anestesiado el carácter insultante de la palabra “localista”.

Es cierto que la trampa siempre atrae. Muchos hinchas de All Boys (y de otros clubes del Ascenso, hay que decirlo, aunque aquí no nos importe) siguen yendo a la cancha de visitante, acaso reprimiendo gritos, disimulando insignias, colándose entre simpatizantes rivales.

Sin embargo, la diferencia es grande. Antes se era localista por opción; ahora, por obligación.

¿Es muy malo ser localista? ¿Es muy malo que la escenografía del 90 por ciento de mis recuerdos sobre el Albo se ubique en Jonte y Mercedes? Están muy bien las glorias en escenarios hostiles. Pero no hay nada como celebrar en casa.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Nico único

Lejos de la sorna maradoniana de preguntar “¿cómo puede hablar de fútbol un arquero?”, sospecho que la psique de quien va al arco debe ser bastante especial: se viste con un buzo único en el equipo, es el único que tiene un campo de acción limitado, tiene un derecho único –tocar la pelota con la mano– y es el abonado a los bloopers por la sencilla razón que es el único que está siempre ahí en el momento en que los rivales festejan.

Su heroísmo rara vez suma goles, sólo impide que el oponente los sume, y por eso el rol del arquero es, en un 99 por ciento (un saludo para los arqueros goleadores), de naturaleza destructiva. No te hace ganar, te hace no perder. El guardameta es un guardavidas.

Y ahí llego a Nicolás Cambiasso, a quien nadie discute en Floresta, no sólo por haber sido el arquero del equipo campeón de hace dos temporadas en la B Metropolitana, sino también por su nivel constante. Mi hipótesis es que Cambiasso es el mejor arquero de la historia de All Boys, o al menos, de los últimos 30 años, de los que he visto.

Quizás en los primeros ’70, en los ’60, en los ’50, en los ’40, en los ’30, en los ’20 o antes aún haya habido en Floresta un arquero mejor que Nico. No me consta, no lo vi, no está en Youtube, no quiero comprar una tradición oral que no se base en mi experiencia.

Tengo buenos recuerdos de Alejandro Molina, aunque no lo creo superior a Nico. Tampoco el arquero campeón del ‘92/’93, Rubén Pucho Urquiza, era más que Cambiasso; recuerdo dudas voltaireanas en las pelotas aéreas. En años más recientes, ya ni hay discusión. Maximiliano Kadijevic anduvo bien, pero apenas unos meses. Y guardo cariño hacia Pablo De Nicola, no sólo porque salió de las inferiores del club, sino porque defendió en mil batallas el arco del Blanco y hasta marcó goles. Pero ninguno de ellos me genera la seguridad de Nico.

Ex jugador del Real Madrid B –cuando su incipiente carrera parecía ir de la mano de la de su hermano famoso, Esteban, el Cuchu–, tuvo su momento más importante en Olimpo, donde jugó en Primera. También atajó en El Porvenir y en Defensores de Belgrano, hasta que arribó a Floresta en 2007, asegurando ser hincha del Albo y tirando recuerdos de tribuna, en particular, de aquel partido en que el equipo de Mario Rizzi se consagraba campeón de la B Metro en 1993. Tribunero o no, me cayó simpático. Pero lo importante vino después.

Cambiasso ha salvado partidos y partidos. Sigue salvándolos. Parece agrandarse en el Interior, y ensanchar ese torso –ya ancho– en los arcos más federales. Ese buzo amarillo ya es marca registrada. Si All Boys llegara en los próximos años a Primera, sería mi primera opción para ocupar el arco del Albo.

Es cierto, Nico ha cometido algunos errores costosos también –sin ir más lejos, contra Quilmes y Chacarita, el año pasado–, pero el riesgo de idolatrar a figuras del presente es que su margen de error es grande. Porque todavía tienen la posibilidad de meter la gamba, a diferencia de que quienes pertenecen al pasado y ya tienen fosilizada su historia: para bien o para mal, lo hecho, hecho está.

Lo hecho en All Boys, para Cambiasso, es un título y mil salvadas. Hasta ahora. Ya vendrán más.

domingo, 25 de octubre de 2009

La Selección de All Boys

Hay quienes dedican su esfuerzo mental a buscar curas para enfermedades espantosas. Hay quienes exprimen sus cerebros en pos de ideas o herramientas que posibiliten el bien común, la Justicia, la equidad, la solidaridad.

Yo estuve pensando, en cambio, en cuál sería la Selección Ideal de All Boys. Impongo para esta reflexión una suerte de dogma que contempla tres únicos requisitos:
1) tienen que ser jugadores nacidos futbolísticamente en All Boys.
2) tienen que haber jugado en la Primera del Blanco.
3) tienen que estar actualmente en actividad.

La primera premisa excluye a ídolos como Pablo Solchaga o Alberto Pascutti. La segunda, a celebridades como Carlos Tévez o Mauro Boselli. La tercera, a glorias como Néstor Fabbri o Antonio Spilinga.

Hasta acá llegué:

Pablo De Nicola;
Martín Romagnoli, Jonathan Ferrari, Lautaro Álvarez, Armando Panceri;
Fernando Sánchez, Darío Stefanatto, Martín Andrizzi; Javier Umbides;
Agustín Torassa, Germán Scamporrino.

Y quedan, en la lista de buena fe, Julián Maidana, Angel Vildozo, Patricio D’Amico, Facundo Diz...

¿Algún hincha de All Boys puede subir la apuesta, o acaso el siempre altruista fan del Albo prefiere pensar en cómo conseguir la paz mundial?

jueves, 15 de octubre de 2009

El Comisario del barrio

Los apodos policíacos no son muy queridos en el mundo del fútbol. Pareciera que, en general, seudónimos como “el Vigilante”, “el Yuta”, “el Forense” o “el Buchonazo” no sonarían demasiado cálidos a oídos de futbolistas, entrenadores, hinchas, periodistas deportivos ni expertos en marketing de Adidas. Dos de los escasísimos ejemplos de apodos policíacos son los de aquel mediocampista de Banfield, Jorge Patrulla Jiménez y de ese defensor paraguayo que jugó en River, Pedro El Cabo Sarabia (los casos Javier Sheriff Castrilli y Daniel Sargento Giménez no cuentan por tratarse de árbitros, una actividad evidentemente para-policial). Sin embargo, hay un apodo policíaco que, al menos para mí, es la excepción a la regla y me trae honesta simpatía y agradecimiento de hincha: Gustavo El Comisario De la Llera.

Hay que aceptar alegremente que te llamen El Comisario y no ser estudiante de la Escuela Policial Juan Vucetich. Pero a Gustavo De la Llera no parecía importarle nada. Este Comisario que jugó en All Boys entre 1986 y 1991 era morochón, recio, hosco, de pecho ancho, jugaba de defensor central, tenía la cinta de capitán tatuada en el brazo y en el medio de su rostro estaba la seña particular que explicaba su apodo uniformado: usaba un inmenso, ancho y simétrico bigote negro.

Ese bigote pedía a gritos ser portado por un comisario de pueblo. Pero lo portaba un impresionante zaguero del Ascenso. Fuerte, tiempista, sobrio, hosco y muy intimidante. El camarada Google me asistió para dar con un reportaje (fuente: Xenen.com.ar) en que El comisario tira un textual que justificará lo de “intimidante”. Cuenta De la Llera sobre un clásico All Boys vs. Chicago en el que su compañero en la zaga central era un juvenil que acababa de debutar en la primera del Albo, Julián Maidana: “El árbitro Sliwa cobra una falta, y Víctor Rogelio Ramos, que jugaba en Chicago, le da una trompada clarísima a Julián y le parte la nariz. Le digo ‘Sliwa, ¿no la viste?’, y me contesta ‘¡Negro no me jodás, no me hagas quilombo!’ Entonces le meto una mano y lo rompo a Ramos. Dos partidos me dieron. Ganamos el clásico, en Vélez, 2-1. Las tribunas se venían abajo.”

¿Violencia policial pero buena? Para destacarse como marcador central en el Ascenso hay que hacer algunas concesiones.

El Comisario también jugó en otros clubes (Sarmiento, Independiente, Almagro) y desde hace años es entrenador. En Floresta, y sin sorna, bien debería recordarse a Gustavo De la Llera como “el mejor policía del mundo”.

sábado, 3 de octubre de 2009

Reality: Capo de plantel

Estás sentado con la espalda contra una pared húmeda, sobre un banco de madera, en pleno vestuario de All Boys, junto a todo el plantel.

A un costado conversan en voz inaudible y con gestos más que calmos el entrenador, Pepe Romero, y su ayudante, Aníbal Biggeri.

Algunos jugadores intercambian detalles puntuales: Armando Panceri y el Negro Vieytes escuchan, atentos, una indicación del Cabezón Sánchez, que usa el dedo como si fuera un lápiz con el que dibuja en el aire. El Tano Vella parece obsesionado con el vendaje de su tobillo, Steffanatto piensa en voz alta.

El Chino Zárate parece fastidiado y mantiene una charla esporádica, rica en silencios y gestos reflexivos, con Mariano Campodónico.

Te está mirando Nicolás Cambiasso, grandote, con gesto serio, profesional, político. Está como esperando que vos tomes la palabra. También se asoman, sin hablar, Agustín Torassa, Carlos Soto y Carlos Madeo.

¿Qué les decís?

lunes, 28 de septiembre de 2009

Contra el Barcelona en el Nou Camp

Si en la próxima fecha jugás contra el Barcelona en el Nou Camp, seguramente estás en la Liga de las Estrellas.

Si en la próxima fecha jugás contra el Atalanta, en Bérgamo, seguramente estás en la liga italiana.

Si en la próxima fecha jugás contra River en el Monumental, seguramente (por ahora) estás en Primera División.

Si en la próxima fecha jugás –como le pasó a All Boys este último fin de semana– contra ¡Deportivo Merlo!, en la cancha de ¡Fénix!, seguramente estás en… ¿Primera C? ¿Primera D? ¿Una liga amistosa del Oeste bonaerense? ¡No! ¡Estás en el Nacional B! Uff.

Qué lindo es cuando la organización impredecible le agrega pimienta al deporte.

martes, 22 de septiembre de 2009

El Ronaldo blanco y negro

Desde hace una década y media decir “Ronaldo” entre futboleros es pensar en el calvo y panzón delantero brasileño que por el momento es el máximo goleador de la historia de los Mundiales. En los últimos años, “Ronaldo” pasó a ser apócope de Cristiano Ronaldo, el hábil, metrosexual y acaso vendehumo delantero portugués del Real Madrid.

Sin embargo, hace veinte años, decir “Ronaldo” en Floresta era pensar en otro delantero, también de habla portuguesa, también goleador: Ronaldo Da Silva.

Jugó en All Boys apenas una temporada, e integró una delantera –¡tres puntas!– que resultaba un canto al Mercosur: el uruguayo Edison Tavares, el argentino Jorge Rojas y el brasileño Ronaldo.

Tavares era hermano menor de Richard Tavares, aquel recio zaguero también oriental que desde el Albo pasara a Boca. Edison tenía rulitos rubios, parecía adicto a la Cindor, era físicamente pequeño, veloz, liviano, de gambeta larga, y terminó teniendo una larga carrera en el Ascenso.

Rojas, por su look, bien podía ser un hosco baterista de una banda de rock de la zona oeste del conurbano. Era un 9 de mirada fija, fugaces estalactitas de barba negra, norteñísimos ojos rasgados, y gran porte: seguramente, infligiría temor si viniera a la carrera directo hacia uno.

Ronaldo tenía una credencial que lo convertía en un potencial favorito: era negro, brasileño y delantero. Sin embargo, a pesar de tamaño prejuicio positivo, parecía resultar el menos valioso de los tres delanteros. Era lagunero, de tranco desganado, con poca tendencia a meter la pierna fuerte y con una capacidad técnica que perfectamente explicaba qué carajos estaba haciendo un 9 brasileño jugando en la Primera B de la Argentina.

Pero llega el párrafo que todo hincha del Albo espera: a pesar de que la temporada de Ronaldo en Floresta no había sido especialmente buena, su carrera quedó signada por un memorable triunfo por 2-1 sobre Nueva Chicago en 1989, en Vélez, donde él marcó los dos goles. Esa tarde se convirtió en un niño mimado, un fetiche al que se le perdona todo y cuya sola mención arranca sonrisas.

Ronaldo fue uno de esos jugadores del montón que sólo dejan de serlo una vez. En realidad, sólo durante un partido. Sólo durante quince minutos, los que hubo entre su primer gol a Chicago (¡placer!) y su segundo gol a Chicago (¡más placer!).

Nadie podrá decir que era un crack, pero tuvo –justo en un clásico– sus quince minutos de fama andywarholianos (un saludo para todos los hinchas de All Boys que disfruten del arte conceptual).

Y desde esa vez, para toda la eternidad, cada vez que alguien en Floresta recuerde a Ronaldo, lo hará diciendo: “No era bueno, pero…”

martes, 15 de septiembre de 2009

El agujero Interior

Las dimensiones geográficas de la Patria hacen que el Nacional B tenga una impronta de safari aventurero y mochilero que ningún otro torneo tiene. Me pregunto si otros campeonatos de ascenso en el mundo lo tendrán. ¿Un equipo de la B recorriendo más de mil kilómetros para un partido cualquiera, casi pedorro, del torneo regular, que no es una final inter-estatal, ni un repechaje caprichoso, ni nada por el estilo? Ni en Rusia debe pasar. Ni en China, si es que existe el fútbol de ascenso en China. A propósito, un saludo para los hinchas de All Boys que vivan en China o Rusia.

Pero volviendo a ese derroche de millajes acumulados que es el Nacional B, hay que decir que tanto turismo deportivo no ha resultado históricamente muy provechoso para el Albo, al menos en cuanto a resultados.

La excepción fue la temporada pasada, cuando la campaña de All Boys como visitante fue muy buena. Y no sólo en estadios porteños y bonaerenses, sino también en el Interior, donde logró buenos resultados como vencer a Belgrano y a Instituto en Córdoba, o como empatar en Tucumán con el equipo que sería campeón, Atlético.

Este año, el primer viaje del Blanco al lejano noroeste fue con derrota: 1-0 en Córdoba ante Belgrano (inmerecido, según dicen). Pero el revés me trajo recuerdos del ingrato ciclo anterior de All Boys en el Nacional B, durante la década del ’90.

Aquel período –desde el debut en el Nacional posterior al glorioso título del equipo de Mario Rizzi, hasta el lamentable descenso final con aquel Albo lleno de pibes– implicó una seguidilla impresionante de derrotas, algún empate aislado, y casi ninguna victoria: a mi mente sólo viene una y no tan lejana en kilómetros; ante Douglas Haig en Pergamino; aunque aquí me apuntan desde la Producción que también ganó una vez en Rafaela, cosa que no me consta. Lo que sí recuerdo bien de ese derrotero –nunca mejor usado el término– por canchas federales son varias goleadas en contra, como un 0-5 en San Juan, o como 4 goles recibidos en el Cementerio de los Elefantes.

Pero las alegrías nunca vienen solas. Este Nacional B tiene una supremacía impresionante de equipos del Interior: de los 20 participantes, apenas 7 son de Capital y el GBA.

En cambio, en caso de lograr un hipotético ascenso, la relación de fuerzas cambiaría violentamente: de los 20 equipos de Primera, sólo 5 son del Interior, todos los demás pertenecen a la Ciudad Autónoma y el conurbano + La Plata.

La ecuación es clara. Si ganar en el Interior es una especie de hazaña, hay que ganar todos los partidos en Floresta y alrededores para zafar de esta pesadilla federal y sumarse a esa fiesta unitaria que parece ser la Primera División. Con un premio extra: en la máxima categoría los hinchas visitantes sí pueden ir a la cancha. Como decía el Gobierno porteño hace unos años: ¡Aguante Buenos Aires!

viernes, 4 de septiembre de 2009

Argentina-Brasil y All Boys-Platense

Advertir y jerarquizar mediante los matices más precisos la importancia relativa de las cosas de la vida es un arte difícil, o controvertido, para el hincha de fútbol.

“Sos mi vida” o “Te quiero más que a mi vieja” son leyendas típicas de trapos de tribuna, o habituales confesiones espontáneas de hinchas entrevistados en el programa El Aguante, de TyC Sports. Si el universo del fútbol es difícil de explicar (de allí viene el transitado sintagma “pasión inexplicable”), se vuelve más imposible cuando se lo intenta confrontar con otros universos. ¿Importaba más el partido entre All Boys y San Lorenzo de marzo de 1976 o el golpe militar? ¿El All Boys-Talleres de Escalada de diciembre de 2004 o el incendio en Cromañón? ¿Un supuesto All Boys-Banfield de 1938 o la Segunda Guerra Mundial? Ante tanta hipérbole boluda, es fácil ponerse serio y contestarlo ahora. Salvo que seas un descerebrado que diga "no me importa si en este momento hay un genocidio en la otra cuadra, yo me voy a Jonte y Mercedes que hay partido".

Pero hablemos de fútbol, como diría Víctor Hugo Morales. Este fin de semana coinciden en la agenda futbolera el choque entre All Boys y Platense, por la tercera fecha del Nacional B, y el clásico Argentina-Brasil, por las eliminatorias para el Mundial 2010. Esta clase de coincidencias despiertan en el hincha medio cierta vocación de renunciamiento histórico.

“Acepto que Brasil le haga 5 a la Selección en tanto All Boys le haga 5 al Calamar”, dirá un Albo que piensa localmente. Su razonamiento será que el dolor por una dura caída por eliminatorias se comparte y licua entre millones de argentinos, mientras que la alegría por pisotear a los muchachos de Saavedra será una alegría exclusiva de los hinchas del Blanco.

“Me banco perder con Platense en tanto la Argentina de Diego y Messi aplaste a los brasileños”, dirá otro Albo que piensa globalmente. Su razonamiento será que el Nacional B es un torneo tan largo que perder un partido ahora, aún ante los amarronados lanza-rocas, no tiene por qué significar nada a fin de temporada; mientras que un triunfo en el clásico sudamericano sería la virtual clasificación para Sudáfrica 2010 y un empujón fundamental para el fútbol argentino todo.

A mí, al menos con este ejemplo, me resulta muy difícil elegir.

lunes, 31 de agosto de 2009

Estar de vuelta, o el efecto-Bujandrizzi

“Al lugar donde has sido feliz,
no debieras tratar de volver”.

(de la canción Peces de ciudad, de Joaquín Sabina)

Volver es difícil. El lugar común tanguero bien lo sabe, por algo sugiere que los regresos suelen acontecer “con la frente marchita”, sintiendo que “es un soplo la vida”.

Cuando un jugador vuelve al club en el que comenzó su carrera, o a un club por el que tuvo un buen paso, lo hace con la intención de repetir una experiencia placentera. Rara vez se dan los regresos cuando el objetivo es la revancha después de un torneo horrible: los clubes no suelen volver a contratar a los jugadores que ya les dieron mal resultado. Por eso, todos los retornos suelen basarse en un crédito abierto, en un antecedente que juega a favor. Bueno, casi todos los retornos.

Lo curioso es que la regla indica que los jugadores que se van veinteañeros, con toda la carrera por delante, físicamente fuertes y con mucho por aprender; cuando vuelven son treintañeros, curtidos, físicamente disminuidos y con mucho ya aprendido, incluyendo las mañas. Es decir, todo el prestigio genuino acumulado de joven para perder, y bastante poco (acaso unos pesos) para ganar como veterano.

Aún así, en los últimos años hay registro de regresos satisfactorios. Anoto allí los del capitán Fernando Sánchez –que volvió para ser campeón– o el enorme, heroico, conmovedor Néstor Fabbri, el Zurdo (un saludo para Norberto Chab, certero asesor en apodología del Álbum Blanco). En ambos casos se trata de jugadores que tuvieron un buen primer paso por Floresta y también un buen segundo paso.

A otros regresados no les fue tan bien en su segundo ciclo en el Albo, como bien lo sabrán Damián Yáñez, Marcelo Blanco, Javier Umbides, Hernán Oreiro o Gustavo Bartelt (más allá de que integró el plantel campeón de hace catorce meses). No incluyo a los que volvieron después de idas muy fugaces, como las de Solchaga, Fayart o Torassa que regresaron a Floresta apenas unos meses después de haberse ido.

Y está la figura del regreso inminente que al final no se concreta. En esa línea, durante años se esperó sin éxito el retorno del zaguero uruguayo Richard Tavares, de gran campaña en Boca en los ‘80. Tampoco volvió Julián Maidana, aunque estuvo muy cerca el año pasado. Y ahí nomás quedó, semanas atrás, Martín Ezequiel Andrizzi.

Este año, en la búsqueda de refuerzos para el recién comenzado torneo, se dio una curiosa pulseada en cuanto al puesto de volante por izquierda, ya que aparecían dos ex jugadores de All Boys –treintañeros, claro– con posibilidades de volver a ocupar ese lugar en el equipo: Andrizzi y Hernán Leonel Buján.

Surgido de inferiores del club, Andrizzi tiene una larga trayectoria en Primera (Boca, Estudiantes, Banfield, Lanús, Unión, Arsenal), y su juvenil paso por el primer equipo del Albo fue muy bueno: generaba un surco por la banda izquierda del equipo, tenía gol, colaboraba con la creación.

Buján llegó a All Boys a mediados de los 90, como un descarte de las inferiores de River que apenas había jugado algún minuto en el equipo de Núñez. En Floresta cumplió y nada más, no llegó a ser siquiera pilar del equipo, y su carrera posterior lo tuvo en varios clubes del Interior, con muchos de los cuales peleó el descenso en Primera (Olimpo, Instituto, Talleres, Tiro Federal, Godoy Cruz).

Quien firmó con All Boys –más allá de negociaciones, tiempos de espera por mejores ofertas, histeriqueos y lealtades juradas por teléfono– fue Buján. Y aunque aún es prematuro juzgar, su arranque fue como el del equipo: no demasiado prometedor. Andrizzi está hoy también jugando el Nacional B, pero en San Martín de Tucumán.

Me quedo pensando. Fuera de Andrizzi, ¿habrá muchos ex All Boys dando vueltas por el mundo y que realmente valga la pena traer para una segunda campaña en el Blanco? Me refiero a valores que el hincha albo realmente quisiera repatriar. Hernán Grana, por supuesto. Emmanuel Gigliotti. ¿Algún mellizo D’Amico, ya sea Patricio o Fernando? ¿Qué es de la vida de Martín Romagnoli? ¿Aldo Osorio? ¿Maxi Castano, Diego Martínez, Ángel Vildozo, Cristian Vega? Mmmhhh… ¿Qué edad tiene el Tanque Bordi?

Los nombres de jugadores entrañables del Albo de los últimos años son tan pocos que me hacen sospechar que la década previa al título del ’07/’08 fue más oscura de lo que parece.

domingo, 23 de agosto de 2009

El Orestes Katorosz del rock and roll

Aunque soy fanático de la táctica y creo que la conducción humana es fundamental para un logro deportivo tanto individual como grupal, por alguna razón siempre me costó mucho recordar a los entrenadores.

Detrás de este enorme –casi sanmartiniano– Pepe Romero cuya carrera en el banco de All Boys excede por mucho a la duración promedio de los entrenadores de AFA, tengo una nebulosa. ¿Quiénes fueron entrenadores del Albo entre Mario Rizzi (DT del campeón ‘92/’93) y Romero? Muchísimos, especialmente en las malas, cuando los ciclos se acortan.

De memoria, sin repetir y sin googlear: Adorno, Zielinski, Caruso, Rodríguez, Anzarda, Pascutti, Pasini, Mamberto, Paladino, Bargas, Batista, Ferraresi… Me debo haber olvidado más de veinte. Pero ninguno (¡ni siquiera el actual popstar Ricardo Caruso Lombardi!) tuvo la repercusión que logró, en su fugaz paso por el club, el misterioso señor Orestes Katorosz.

Enigmático desde su nombre y desde su apellido, Orestes nació para hacer prensa. Su currículum deportivo incluía haberse probado en el Cosmos de New York (practicó con Beckenbauer) y haber sido sabueso del cuerpo técnico de la Selección de Australia. Lo mejor era lo extradeportivo: fue bombero, jardinero, amante de la top model Cindy Crawford y periodista de vasta trayectoria en la Argentina y el exterior, incluyendo un oscuro paso por la revista Gente en plena dictadura, bajo la dirección de Chiche Gelblung. Uff. Así de variopinto era el CV de Orestes, actualizado sólo hasta 2000, año en que se convirtió en DT de All Boys.

Sus recursos estratégicos (sorprender a los entrenadores rivales al darle a los delanteros números de defensores, y viceversa) y de entrenamiento (yoga, natación, picados con pies descalzos) se convirtieron en nota de color obligada para todos los medios. Tanto rebote tuvo la llegada de Orestes al banco del Albo que hasta el diario Página/12, cuyo espacio dedicado al deporte suele ser escaso, le dedicó una entrevista exclusiva.

Es justo decir que no le fue mal. Eran tiempos duros: las figuras del Albo de Orestes eran Pablo De Nicola, Fernando Batista, Martín Pizzella, Javier Umbides y la dupla Facundo Diz/ Julio Laffatigue. Pero el equipo sumó unos cuantos puntos, a pesar de que se comió cinco entrenadores en dos años, en un proceso que terminó en descenso a la B Metropolitana (y no con Katorosz en el banco).

Por aquellos días tan raros para el Albo –y acaso tocado por la onda expansiva del enorme disco quíntuple El Salmón, de Andrés Calamaro– inicié en mi doméstico estudio de grabación de entonces una serie de registros musicales que derivaron en mi primer disco, Rock del ganado.

Durante un descanso en aquellas sesiones, grabé un austerísimo demo, rico en pifias y rebeldías de tempo, de una canción que se llamaba “El Orestes Katorosz del rock and roll”, en una sesión en la que probablemente participó el enorme (y no sólo por cuestiones de masa corporal) Pablo Marchetti, poeta, músico, compañero de trinchera periodística en la revista Barcelona y amigo.

“El Orestes Katorosz del rock and roll” es un modesto canto al outsider de dudoso mérito que entra por la ventana. Aquí adjunto su letra, y un link para escucharla MP3 mediante.

“El Orestes Katorosz del rock and roll” (J.Aguirre)

Sueño con ser el Orestes Katorosz del Rock & Roll.
O tal vez ser tan o más locuaz que Marcel Marceau.
Y si no resulta ser así, no tiene por qué importarte.

Voy a vivir una vida de Playboy en el kiosco de revistas
(las peor vistas).
Y voy a ser entusiasta defensor de las libertades individuales
(y de los manteles individuales).
Y si no resulta ser así, no tiene por qué importarte.

martes, 11 de agosto de 2009

Yo fui miembro del clan Süller

Los chicos –bueno, no todos; pero sí muchos– hacen algo de lo que no son capaces ni Lionel Messi ni Víctor Hugo Morales: jugar y relatar fútbol al mismo tiempo. Llevan la pelota en la plaza y al mismo tiempo van relatando: “Pelota para Maradona, arranca el genio del fútbol mundial…” Y cada niño elige qué jugador “ser”, en esa ficción de fútbol relatado. El niño hincha de River dirá “la lleva Ortega”, el niño hincha del Chelsea dirá (en inglés) “la lleva Drogba”, el niño hincha del Al Ain de Emiratos Árabes dirá (en árabe) “la lleva Sand” y el niño hincha de All Boys dice “la lleva el Chino Zárate”.

Jugando a ese mismo juego, seguramente yo, o alguno de mis hermanos menores Fernando o Juan Manuel, o acaso mi amigo y ¿ex? simpatizante albo Adrián Felcman habremos dicho alguna vez “la lleva Süller” en algún patio de Floresta.

Claro, cualquier hincha de All Boys sabe que me refiero a Marcelo Süller; hermano de los astros televisivos Silvia Süller y Guido Süller.

Marcelo Hugo (¡como Tinelli!) Süller fue un producto genuino de las inferiores de All Boys en la época de Alfonsín. Defendió la camiseta del Blanco, digamos, entre 1989 y 1993. Era un volante ofensivo encarador, diría un nueve-diez. Y, atención, jugaba bien. Hacía goles. Era de mis jugadores favoritos del Albo en aquel momento, y hasta integró mis equipos de ficción, en tiempos en que no existía la PlayStation pero sí otras analogías inalámbricas.

Probablemente hasta fue la figura del equipo y llevó la camiseta 10 en alguno de los torneos previos al ascenso al Nacional B del ‘92/’93. De hecho integró aquel equipo campeón, aunque sospecho que ni jugó, o jugó algún minuto.

Süller tuvo problemas aún antes que Jorge Rial, Lucho Avilés o Luis Ventura conocieran su apellido. La leyenda dice que cuando estaba pasando su mejor momento en All Boys, le tocó sumarse al servicio militar, entonces obligatorio. Hubo intentos de prórroga, y creo que hasta jugó algún partido con un rapado-colimba.

Con o sin culpa de las Fuerzas Armadas, la joven figura del Albo se deshilachó. Parece que anduvo años después en Almagro, en Comunicaciones, en Armenio, vaya a saber: ya no era joven promesa, ya no era promesa, ya no era joven.

Para ese entonces, su hermana Silvia se hacía conocida en la TV por ser secretaria y novia del veterano animador Silvio Soldán. Una noche –lo recuerdo– la pareja Soldán-Süller estaba de invitada en el sketch televisivo “El Contra”, del comediante Juan Carlos Calabró, quien presumía de ser hincha de Villa Dálmine y de conocer algo del Ascenso. Calabró le preguntó a Silvia: “¿Y tu hermanito, sigue jugando en All Boys?” Escuché ese diálogo y crucé miradas (de hinchas del Blanco cómplices) con mi viejo, con mi abuelo, con cuanto Aguirre estuviera presente en esa mesa. No lo busqué, pero me la juego que en YouTube no se consigue.

Luego fue director técnico, y luego papeloneó en la tele de las 14 horas, ya como “hermano de…” Eso yo ya no lo vi, por suerte. Prefiero quedarme con el recuerdo del otro Marcelo Süller, el que hace veinte años trepaba gambeteando por la banda derecha del Albo y era un aspirante a crack de la Primera B.

lunes, 3 de agosto de 2009

Un 9 de nombre

En el armado de un equipo, cada posición tiene su evidente importancia específica: el arquero porque debe evitar goles ajenos, el zaguero porque debe rechazar ataques rivales, el volante central porque debe organizar la primera línea defensiva y así.

Pero el centrodelantero, el puesto al que le corresponde hacer los goles siempre supone una responsabilidad especial. Tiene que ser héroe. Y si no lo es –digamos, si no asegura al menos 13 o 14 goles en un torneo largo– no puede darse por satisfecho. La estadística quizá omita cuántos rechazos de cabeza metió el 6 en una temporada, o cuantos desbordes de veloces mediapuntas rivales impidió el 4 en treinta y ocho partidos, pero será rigurosa a la hora de mensurar cuántos goles metió el 9 en el año. Así es la vida, nadie te obliga a ser jugador de fútbol, ni a ponerte la camiseta 9.

La exigencia es aún mayor cuando llega a un equipo un 9 de nombre, lo que significa, un 9 que ha marcado muchos goles, y que promete seguir haciéndolo con su nueva camiseta.

El arribo a Floresta de Mariano Campodónico, aún siendo un veterano en los últimos semestres de su carrera, aparece como una de las pocas llegadas de un 9 de nombre a All Boys en los últimos años. Si bien su promedio goleador no va a entrar al libro Guinness de las áreas chicas, el ex delantero de Aldosivi y Cerro Porteño de Paraguay tiene una trayectoria con goles que implica una apuesta.

¿A qué 9 que supo llegar a Floresta en los últimos años se le reclamaron más goles que los que se esperan de Campodónico?

Allá lejos, el Pirata Adrián Czornomaz explotó en aquel Albo del Nacional B 94/95, y llegaba con nombre: había pasado por Independiente, San Lorenzo, Quilmes, Banfield y el fútbol europeo. De él se esperaban goles, y los hizo.

Lorenzo Sáez funcionó muy bien en el Nacional B 93/94, y venía de tres temporadas en Primera: Newell’s, Argentinos, Estudiantes. También cumplió.

Quizá no era mucho lo que se esperaba de Sergio Recchiuti, Heber Arriola, Gabriel Chiaverano, Gabriel Cela Ruggieri, Gabriel Gianfelice o Gonzalo Pavone. Y a juzgar por la escasez goleadora que mostraron, fue un acierto no esperar demasiado de ellos. La excepción fue el Tanque Gabriel Bordi, un robusto cordobés proveniente de Instituto, que llegó a Floresta para hacer goles, y los hizo.

El Palomo Alveiro Usuriaga, pintoresco colombiano ya fallecido, decepcionó a pesar de llegar a Floresta casi como ex jugador: su porte y su estrellato lejano en Independiente aún lo mantenían como un 9 de nombre. Pero en All Boys fue un desastre. Saludos por allá arriba.

Quizá la última gran apuesta a un 9 antes de Campodónico había sido el Pepe José Pelanda, que llegó al Blanco en 2005 y venía de ser goleador del campeonato de la B Metropolitana con Italiano. Pero en Floresta no rindió lo esperado y al año siguiente tuvo que volverse a jugar ante las despobladas tribunas del Azzurro.

En esta lista, aclaro, faltan aquellos 9 que llegaron a All Boys sin un pasado que exigiera grandes expectativas (como Emmanuel Gigliotti o Leandro Martínez, entre los recientes) ni tampoco aquellos 9 surgidos de las inferiores del club (como Facundo Diz, Ángel Vildozo o Patricio D’Amico).

Y falta otro. Uno que en su primer arribo a Floresta, no llegó como un 9 de nombre sino, en todo caso, como un respetable delantero. Sus posteriores regresos, desde Ecuador e Israel, ya implicaron un alivio para los hinchas; ya era un 9 de nombre, y se había ganado ese nombre con la camiseta del Blanco. Se trata de Pablo Solchaga.

Me cuesta imaginar a All Boys peleando el ascenso a Primera esta temporada sin que, en el ínterin, Solchaga haya superado sus 100 goles en Floresta.

Si esta idea resulta una mojada de oreja para Campodónico, Zárate, Torassa o cualquier jugador del plantel que tenga capacidad de fuego, bienvenida sea. Pero un 9 de nombre es un 9 de nombre.

sábado, 25 de julio de 2009

¿Lo pasado, pisoteado? De Jorge Caballero a Leandro Martínez

Desde que All Boys festejó en la cancha de Atlanta su título de la B Metropolitana 07/08, me quedó una sensación extraña con el grandote Leandro Martínez.

Rápido repaso: es un nueve torpe, voluminoso, ni agraciado ni carismático, que había llegado como descarte juvenil de Argentinos Juniors, y que estuvo en el fondo del banco de suplentes durante la primera mitad del torneo.

En ese querido campeonato Solchaga era –siempre lo fue en Floresta– el goleador del equipo, y su compañía en el ataque cambiaba de dueño sin éxito. Pasaron Allende, Stalteri, Bargas y un diez que terminaría adueñándose del puesto: el Chinito Scamporrino. Hasta que, en el tercio final de la campaña que terminaría en la obtención del título, una grave lesión de Solchaga iba a dejar vacía la camiseta nueve para el tramo decisivo. Hubo dudas, ninguno de los delanteros que más habían jugado hasta ese momento era el reemplazo cantado del Pato. Ahí apareció Martínez.

El grandote Leandro terminó haciendo seis goles en la recta final, tres de ellos significaron triunfos, y uno fue fundamental: el 1-0 sobre Central Córdoba, en Rosario, después de tres empates consecutivos y algunos –injustificados, inmerecidos– temores.

Cuando terminó la vuelta olímpica, Martínez se fue de All Boys. Si a algún hincha albo le quedó una espina, no parecía muy grande. Quizá no parecía tener nivel como para el Nacional B, y no hubo mucho debate (aunque a la luz de lo que fue, por caso, Gonzalo Pavone, algún debate pudo haber sido pertinente…). Ni siquiera ningún equipo tradicional de la B Metropolitana se interesó en el 9 suplente del campeón, y Martínez terminó dando un paso atrás en su carrera: en julio de 2008 fue a Comunicaciones.

Volvamos a julio de 2009. A punto de comenzar la temporada, Martínez acaba de firmar para Atlanta, y vuelvo a notar cierta espina. Recuerdo, por ejemplo, a la espina que dejó Jorge Caballero, aquel distinguido volante del All Boys campeón del 92/93, que años después cayó bajo y terminó jugando en Chicago (y cagando vergonzosamente a patadas a los jugadores albos en aquel aplastante triunfo 3-0 del Blanco en Floresta, en 1999, con tres goles del Tanque Bordi, que puede verse en YouTube).

No le deseo ningún mal a Martínez, aunque viendo en qué equipo va a jugar este año, ojalá que lo mejor de su carrera –al menos, en el fútbol argentino– ya haya pasado.

A modo de epílogo, un recuadro para Campodónico y Soto (dos ex Chicago), y si se quiere, para Pérez García (un ex Atlanta) que están entre los refuerzos de All Boys para este año. Ojalá que sus pasados sean una mera anécdota y que el futuro inmediato les depare tantas alegrías en Floresta que, en sus casos, nadie necesite mirar atrás. ¡Un brindis por la doble moral!

jueves, 16 de julio de 2009

El Paenza que todos llevamos dentro

Los 50 puntos que el entrenador del Albo, Pepe Romero, marcó como objetivo para el último Nacional B, no marcan ninguna cifra simbólica ni un mero apego discursivo por los números redondos.

Los 50 puntos representan, en un torneo de 38 fechas, un “casi triple empate” en la cantidad de partidos ganados, empatados y perdidos (como 38 no se puede dividir por tres, llamemos “casi triple empate” a una campaña en que la relación entre triunfos, empates y derrotas sea pareja: de 12-13-13, o de 13-13-12, o bien de 13-12-13).

Los 50 puntos significan, por lo general, quedar en los puestos noveno o décimo, en la tabla general de veinte equipos.

Los 50 puntos implican, para la tabla de promedios, superar con holgura la barrera del 1,300, lo que estadísticamente asegura la permanencia en la categoría sin ni siquiera llegar sufriendo a la última fecha.

Los 50 puntos suponen un “redondeo hacia arriba”, como para no correr riesgos, porque la realidad es que con 47 o 48 puntos, es probable que ya se logren los beneficios ya mencionados.

Aquel equipo que en alguna de las últimas dos temporadas de Nacional B haya sumado menos de los 50 puntos y quiera no descender, deberá “pagar la diferencia”, lo que significa realizar en el torneo 2009/10 una campaña muy superior a los 50 puntos.

O sea: si el año pasado sacaste 40 puntos, este año vas a necesitar sumar 60 para compensar, y que el promedio te dé 50 puntos.

En otras palabras, algunos equipos empiezan el torneo a pasitos de estar en el horno.

Platense necesitará 71 puntos para zafar del descenso sin depender de nadie; quizá hasta con cinco puntos menos también consiga salvarse.

Los de la CAI necesitarán 63 puntos para estar tranquilos sin mirar cómo les va a los otros. Olimpo, 60 puntos, y Defensa y Justicia, 58.

Estos cuatro, salvo que peleen el título, tendrán un puesto asegurado en la pelea por el descenso que viene.

Todos los demás (All Boys, San Martín de Tucumán, Rafaela, Belgrano, San Martín de San Juan, Unión, Quilmes, Independiente Rivadavia, Instituto, Tiro Federal, Ferro, y los recién llegados Merlo, Italiano, Gimnasia de Jujuy y Boca Unidos) se salvan sin hacer cuentas si suman los 50 puntos. Y muy probablemente también se salven, si suman 47 o 48.

Al mismo tiempo, de todo este pelotón, cualquiera que apenas pase los 40 puntos, va a tener un junio de 2010 muy sufrido.

Sí, ya sé: la idea –y el sueño– en Floresta será lograr bastante más que 50 puntos. Pero toda esta especulación numérica sirve para algo.

Si queremos mirar el cielo de Primera División, pisemos firme y no olvidemos que en las veredas del Nacional B siempre puede haber una alcantarilla abierta hacia las cloacas donde hoy flotan Atlanta, Chicago, Morón y otros tantos.

sábado, 11 de julio de 2009

Prejuicios

La etapa de la llegada de refuerzos resulta siempre inquietante, y es reveladora sobre la “cultura general” futbolera de hinchas, periodistas y dirigentes.

Cuando uno escucha nombres de jugadores que posiblemente lleguen al Albo, a menudo queda pagando: porque una cosa son los presuntos refuerzos que vienen del mainstream (o sea, ex estrellas de Primera División), y otra muy distinta cuando los candidatos a venir a Floresta son ascendentes promesas (en el mejor de los casos) del Argentino A, de la Primera B, o de cualquier liga aún peor.

En cuanto empezó el receso y corrieron rumores sobre las posibles llegadas de Facundo Sava o Rolando Zárate; bueno, no había enigma: cualquier hincha los ha visto jugar varias veces –durante los últimos quince años– en Vélez, Racing o Boca. Hasta es fácil apodarlos “el Roly” o “el Colorado”. Las dudas, en todo caso, serán sobre sus estados físicos, o sobre si los desafíos que ellos persiguen tienen que ver con el fútbol o con el mero latrocinio.

No pasa lo mismo cuando los candidatos a sumarse al Blanco son jugadores del Ascenso. A mí me conmueven los hinchas de All Boys que tienen bien clarito que el 8 de Instituto es bueno, que un buen volante zurdo y joven es el que juega en la CAI, o recuerdan perfectamente a un zaguero que jugó hace tres años en Platense.

Pero hay casos más extremos. ¿Cómo puede alguien saber cómo juega el 5 de un club de la C? ¡Si ni siquiera dan los partidos de su equipo por la tele! Salvo los de “Atlas, la otra pasión” (un saludo para Maxi Ambrosio, coproductor de “¡Mueva la Patria!, la ópera-cumbia argentina”, de la que soy uno de sus autores), el resto de los partidos de las napas del Ascenso resultan un misterio para cualquier mortal que no sea Román Iutch o Ricardo Caruso Lombardi.

Evidentemente no soy un erudito de la escena futbolera profunda. En el caso de los refuerzos que ya llegaron, obviamente conozco al veterano goleador Mariano Campodónico y recuerdo, en diferido desde mi última adolescencia, al zurdo Hernán Buján. Creo que pueden sumarle algo al plantel, aunque no creo que representen un salto de calidad como para soñar en la Copa Libertadores 2011, claro.

En cambio, no tengo ni un solo recuerdo sobre Lionel Coudannes, Matías Pérez García o Emmanuel Perea. Para mi cerebro, ellos tres nacieron esta semana. Ojalá que sean cracks y les vaya bárbaro (nadie olvida que así de discretamente llegó Gigliotti desde Lamadrid el año pasado, en el vagón de cola de la lista de refuerzos, y terminó siendo el Jugador Más Valioso).

Pero les doy la derecha a las decisiones armadoras de planteles de Pepe Romero y los “cazatalentos” de la administración Bugallo: a All Boys no le ha ido mal en los últimos dos años; el título de 2008 y los 50 puntos en el Nacional B son claros antecedentes.

Esperemos que a la sabia decisión de mantener el plantel (¡hasta sigue el Negro Vieytes! Enhorabuena…) se la esté acompañando con decisiones también sabias a la hora de reforzar.

martes, 30 de junio de 2009

Hacen falta más tribunas

“…Es muy poco de amor,
sólo una vez por semana…”

(de la canción “Paloma”, de Andrés Calamaro).

El fanatismo –como el amor, el odio, el capricho y cualquier otro sentimiento de alta intensidad– a veces va y viene, tiene picos y depresiones.

La pasión por el Albo es un sentimiento de alta intensidad. Más o menos igual de intenso que lo que un hincha de Boca sentirá por Boca, o que lo que un hincha de Gimnasia y Tiro de Salta sentirá por Gimnasia y Tiro de Salta.

Hay años en los que uno se encuentra algo más distante: va a la cancha, ve los partidos televisados, y no mucho más.

Hay otros años en los que uno se vuelve una especie de albo heroinómano e insomne merquero: necesita más y más All Boys, a toda hora, todos los días.

Ya no alcanza con ir a la cancha. La distancia de sábado a sábado parece casi como los cuatro años que hay entre un Mundial y otro.

El receso entre torneos es, en ese sentido, un momento durísimo. El síndrome de abstinencia causa espanto mental y dolor físico.

Uno empieza a rastrear cualquier veta que prometa el fluir de sangre blanca y negra: páginas de Internet, programas de radio, foros…

¿Cómo calmar esa ansiedad? ¡Traigan refuerzos! ¡Jueguen amistosos! ¡Hace falta más All Boys!

miércoles, 24 de junio de 2009

Temporada 2009/2010: antes del diario del lunes

Con el final del campeonato llegan los balances. Y a menudo esas miradas hacia atrás son descalificadas mediante el argumento que supone que “es fácil hablar con el diario del lunes”. Es decir, criticar cuando los hechos ya están consumados.

Varias veces, a lo largo de este año, más de un hincha de All Boys habrá dicho “yo sabía que Gigliotti la iba a romper”, o “yo sabía que Pavone era un burro sin rodillas que vino a robar” (por citar el caso de los dos centrodelanteros que se incorporaron en el plantel para el Nacional B). Pero claro, el momento para decirlo era en julio de 2008, antes de que los 16 goles de uno y la horrible imagen carente de toda rodilla que dejó el otro ayudaran al simpatizante a formar su opinión.

Por eso, el momento de hablar de la temporada 2009/2010 es ahora.

Fue un año decepcionante para quienes confiábamos en la inercia triunfal del campeonato de 2008, sobretodo viendo que el otro equipo que llegaba al Nacional B como campeón ascendente, Atlético Tucumán, terminó llevándose el torneo y hoy está en Primera.

Pero hubo buenas: se mostró personalidad y se ganaron partidos en el Interior y, lo principal, se mantuvo la categoría. Es decir, sería ridículo pedir “que se vayan todos”, pero también lo sería reclamar “que se vayan muchos”.

Primero, habría que repetir la decisión básica que se tomó hace un año: mantener el equipo y a su entrenador, Pepe Romero.

Los pilares del campeón de la B Metropolitana, a pesar de que tuvieron un año bastante desparejo, también fueron fundamentales este año para que el club se quede en el Nacional B. All Boys debería, entonces, mantener en su plantel al Grupo de los 8: Cambiasso, Fayart, Madeo, Panceri, Sánchez, Steffanato, Zárate y Solchaga. El esfuerzo que implique retenerlos, estará bien justificado. Después de todo, ningún refuerzo económicamente accesible garantizará rendimientos mejores que estos ocho campeones.

Otros jugadores, aunque no se destacaron demasiado, tienen el crédito abierto, como Vella, Vieytes, Lautaro Álvarez y Ferrari. Sumo aquí tres casos más discutibles: Scamporrino (su contribución al título del 2008 exige que se lo espere), Umbides (fue el segundo goleador del equipo, con 5 gritos) y Torassa (su 06/07 fue tan bueno que amerita jugarle otra ficha, a pesar de su bajísimo presente).

En esta lista, claro, falta Gigliotti, cuya explosión hace seguramente imposible su continuidad.

No parece imprescindible que sigan Patricio González, Simón Ramírez, Krikorián, Arriola o (con todo el cariño del caso) el Facha Bartelt.

Después llegará el momento de escribir sobre refuerzos. Pero, antes de que salga el diario del lunes, el Álbum Blanco vota por mantener la base.

martes, 16 de junio de 2009

Nacional B Federal – Primera B Unitaria = un año sin clásicos

La próxima temporada encontrará a All Boys sin ningún clásico por delante.

La instauración, como segunda división del fútbol argentino, de la modalidad de torneo conocida como Nacional B –que es federal– implicó también que la histórica Primera B –que vendría a haber sido unitaria– fuera licuada en tres categorías.

Una de ellas es la Primera División, donde hay equipos con muchos años de la B en el lomo como Arsenal, Chacarita, Tigre, Banfield o Colón, y algunos hasta con años de la C en el lomo, como Lanús.

Las otras dos categorías con miembros amputados a la vieja Primera B unitaria son el Nacional B (ahí estamos Quilmes, Platense, Unión y –obviamente – el Albo) y la B Metropolitana (Morón, Temperley, Sarmiento).

Este mecanismo ha raleado el fixture del Nacional B de rivalidades que provengan del siglo veinte.

Encima, la normativa que impone la ausencia de públicos visitantes termina haciendo monocromático cualquier folclore, por lo que resulta difícil sentir ese entusiasmo extra que implica enfrentar a ciertos rivales tradicionales.

¿Qué pica se le puede encontrar en Floresta profunda a un equipo mendocino? ¿Qué enconos pendientes puede sentir el hincha albo hacia un club de Comodoro Rivadavia que hace de las actividades infantiles su nombre y emblema? ¿Qué “partido aparte” puede respirarse en Jonte y Mercedes ante San Martín de San Juan, fuera de tener que ver su desagradable camiseta verdinegra? ¿Qué rivalidad multigeneracional puede experimentarse en All Boys al jugar frente a un equipo de… ¡Rafaela!? ¿Qué hincha del Ascenso sabía, hace diez años, dónde quedaba Rafaela?

Es como cuando en un Mundial juegan Paraguay-Bulgaria, o Nigeria-Canadá…

Lo más parecido a un clásico que tendrá el Albo el próximo año será Platense o Los Andes (si es que alguno no arruga en la Promoción ante algún equipo insignificante de la B Metropolitana). O, en todo caso, Quilmes. Y no jodamos: esos no son clásicos.

A Defensa y Justicia y a Italiano ni se los cuenta, por falta de público.

Habrá que ascender a Primera entonces, si se quiere jugar un clásico. O esperar que Argentinos o Chacarita caigan pronto en desgracia.

Lo que queda claro es que no se puede esperar nada ni de Nueva Chicago ni de Atlanta, habitantes perpetuos de las napas del Ascenso.

martes, 9 de junio de 2009

¿Un socio vitalicio o un lateral treintañero?

No hay mayores dudas sobre la importancia que tienen los jugadores, los directores técnicos y los dirigentes en la vida de un club. Por algo futbolistas y entrenadores protagonizan pósters y tatuajes, y por algo ex directivos dan sus nombres a estadios y tribunas.

Me preguntaba cuánto significa realmente uno, como hincha –o hasta como socio–, para el club amado.

¿Cuán trascendente para la vida de All Boys son mis cuotas sociales, pagadas de forma ininterrumpida desde 1986?

¿Cuán valiosos han sido para el club mis voces de aliento al equipo, mis chiflidos despectivos a referís, mis abucheos intimidatorios a rivales?

¿Qué tan significativas para el crecimiento de la institución han sido mis conversaciones –nanocampañas publicitarias hormiga– en las que hablo con terceros sobre All Boys, sobre las bondades de su estadio, sobre sus hinchas, sobre sus jugadores, sobre sus colores, sobre su mística?

Me pregunto si, para la historia de All Boys, cualquier futbolista profesional que haya jugado en el club significa más que yo. O que cualquier compañero de tribuna.

¿Patricio Tolosa, aquel tosco lateral marplatense que jugó del ’95 al ’98 fue más para el club que un socio vitalicio que disfrutó y sufrió al Albo durante 63 años? ¿O el volante cordobés Mauricio Beaulieu, que hasta marcó algún gol? ¿O Rechiutti, Ricatti, Martín Coyto, Francés, Bangert, Gianfelice, Lugo, Pavone…?

Sin omitir los afanes de frustrado protagonismo (¿qué hincha NN no hubiera querido jugar en la Primera del equipo al que sigue?), vuelvo a preguntarme si cualquier futbolista profesional que haya jugado en el club significa más que yo, o que cualquier compañero de tribuna, para la historia de All Boys. Y cada vez tengo más clara la respuesta.

jueves, 4 de junio de 2009

Perdón Minadevino

Hace algunos días, para un texto de próxima publicación en el Álbum Blanco, buscaba confeccionar una lista de ex jugadores de All Boys olvidables, grises, intrascendentes.

Entre ellos, en el primer borrador, había incluido a Martín Minadevino, aquel mediapunta livianiiiito que pasara por el Albo sin dejar huella en la campaña 2006/07, y que hoy juega en Defensores de Belgrano.

Esta semana, Defensores eliminó a Chicago del Reducido de Primera B: a pesar de tener la ventaja deportiva en contra, le ganó en Mataderos 1-0. Y el gol lo hizo Minadevino.

Ojo: Minadevino no pasa, por ese gol, a integrar la lista selecta de ídolos de Floresta.

La alegría por el cachetazo a la gente de Mataderos resulta muy sana, pero es menor si se la compara con la felicidad por los últimos triunfos de All Boys en el Nacional B.

Sin embargo, a Minadevino lo que es de Minadevino: se ganó el ingreso a la –también selecta– lista de ex jugadores de All Boys que han embocado a Chicago y lo han mandado de vacaciones hasta el año que viene.

domingo, 24 de mayo de 2009

De Manu no se habla

Con su cabezazo salvador en el 1-1 ante Rafaela en las ricas praderas santafesinas, el centrodelantero de All Boys llegó a los 15 tantos en la temporada.

Manu no sólo es la revelación del Blanco en el Nacional B, también es la figura del equipo.

Y, como pasa con todos los jugadores destacados de todos los clubes argentinos, resulta evidente (y temible) que el Nueve del Albo va a recibir ofertas en euros para cambiar de camiseta en la temporada 2009/2010.

¿Qué se puede hacer para lograr que Emmanuel se quede en Floresta el año que viene? Casi nada, salvo que se disponga de cientos de miles de dólares.

Aunque hay algo que sí se puede hacer: tratar de no avivar giles.

Cuanto más se habla de un joven y talentoso jugador, cuanto más se lo elogia, cuanto más se lo destaca públicamente, cuanto más se lo postula como aspirante a crack, más riesgos hay de que se vaya de su club.

Así que tal vez, lo más conveniente para el interés de All Boys, sea reprimir los aplausos para sus jugadores jóvenes con buena proyección. Vale para Manu, pero también para Darío o Armando.

Por eso, y con la sola intención de no contribuir a que directivos de Vélez, o del Livorno, o del Osasuna, o del Monterrey, o del Olympique o de cualquier otro club encuentren más y más sitios web con loas al goleador del Albo, aquí en el Álbum Blanco se evitará nombrarlo.

Grande Manu (es por Manu Chao).

¡Gracias, Manu! (es por Manu Ginóbili).

domingo, 17 de mayo de 2009

Un Gigliotti en Soda Stereo

La tarea del periodista especializado en rock implica un manejo serio y responsable de la información. A veces los datos van y vienen, las fuentes se entrecruzan y arrojan casualidades, pistas, revelaciones, sospechas. El deber del periodista es investigar. Y si todo se resuelve por mail, mucho mejor.

En este caso, cualquiera que haya visto la tabla de goleadores del Nacional B y que al mismo tiempo conozca las biografías de los integrantes de Soda Stereo habrá dado con un dato escalofriante: el goleador de All Boys se llama Emmanuel Gigliotti. Y el batero de Soda, conocido como Charly Alberti, se llama en realidad Carlos Alberto Ficicchia Gigliotti. ¡Los dos se apellidan Gigliotti! ¡No se llaman Pérez, o Aguirre: se llaman Gigliotti!

¿Acaso serán parientes el atacante del “Albo” y el popular baterista? ¿Será que el futbolista apodado “El Animal” por sus 13 goles en el equipo de Floresta, tiene linaje rockero? ¿Será que el líder de Mole tiene alma de delantero de área?

La información está ahí, latiendo; sólo falta que la prensa la descubra, la investigue y la divulgue. A trabajar. Los futbolistas son gente complicada, siempre están entrenando o concentrando, y no da molestarlos antes de un partido. Mejor molestar a Charly Alberti, que debe estar menos ocupado. Consigo su e-mail. Transcribo:

––––––––- Original Mensaje ––––––––-
De: Javier Aguirre
Para: Charly Alberti
Fecha: 01 may 2009, 14:48
Asunto: consulta insólita p/Charly
Hola Charly, aquí Javier Aguirre, periodista, con una pregunta descolgada (o bien colgada): Quería consultarte si sos pariente de Emmanuel Gigliotti, el goleador de All Boys.Gracias, disculpá la boludez, abrazo
JA
––––––––-––––––––-


Espero pacientemente con la mirada fija en la bandeja de entrada. Un rato después llega la respuesta del mismísimo baterista de Soda Stereo. Exclusivo:

––––––––- Original Mensaje ––––––––-
De: Charly Alberti
Para: Javier Aguirre
Fecha: 01 may 2009, 16:22
Asunto: RE: consulta insólita p/Charly
Sabés que no tengo ni idea... quizás...
––––––––-––––––––-


Leo y releo el mail de Charly Alberti hasta casi saberlo de memoria. Su respuesta resulta tan intrigante como la pregunta. Es un final abierto, un abismo insondable de incertidumbre. Un interrogante que el periodismo no puede responder, y que quizás sea hora de poner en manos de la ciencia. ¿Serán primos? ¿Tío y sobrino? ¿Hermanos separados al nacer? ¿El eslabón perdido entre el pop-rock de estadios y el fútbol de Ascenso? Habrá que pedir un ADN. O ir a buscar a Google.

Publicado originalmente en el Suplemento NO, de Página/12, con el título "Asunto: Consulta insólita p/Charly Alberti".

domingo, 10 de mayo de 2009

El Nacional B es una Copa Libertadores

Firmar el empate antes de jugar equivale a aceptarse inferior. Y a creer que seguramente el rival merecerá ser el ganador del partido, y que no se puede apostar a más que a mexicanearle un punto.

Se viene una pregunta y hay que contestarla con una mano en el corazón, tratando de reconocer las posibilidades reales de este equipo de All Boys, sin sobreestimarlo y verlo como al Barcelona de Messi, pero tampoco menospreciándolo y creyendo que es un equipo pequeño como esos que están penando en la B Metropolitana.

Antes de empezar este Nacional B 08/09, ¿en cuántos partidos habría firmado el empate antes de jugar?

Belgrano y Talleres en Córdoba. Unión en Santa Fe. Aldosivi en Mar del Plata. Olimpo en Bahía Blanca. Atlético en Tucumán, el otro Atlético en Rafaela. La CAI en Siberia. Y bueno, San Martín en San Juan.

Son partidos como de Copa Libertadores: viaje largo, noche en hotel frente a la colonialísima plaza principal, clima hostil, cascoteo sistemático del arco, arbitrajes que suelen confundir redistribución federalista con localismo vergonzoso…

¿Cuántas veces en la historia de los tiempos All Boys va a ir a jugar a San Juan con la sensación de que el único buen resultado es ganar?

¿Cuántas veces, durante los siglos o milenios de existencia planetaria que seguramente tendrá el fútbol, All Boys va a sentir que un empate en San Juan es mal negocio?

Así que el 1-1 contra los verdinegros sanjuaninos (All Boys empezó ganando, con gol de Gigliotti) brinda en las panzas de Floresta, evidentemente, una cálida sensación de saciedad matemática.

domingo, 3 de mayo de 2009

Elogio de Solchaga

Si All Boys fuese un equipo de la NBA, la hípermarketinera y súperprofesional liga norteamericana de básquet, a Pablo Rubén Solchaga se lo consideraría un “jugador-franquicia” (explicación: a los clubes de la NBA, como son empresas con una “marca” propia, se les llama “franquicias”; o sea, el “jugador-franquicia” es algo así como “jugador-club”, un futbolista emblema, que rompe con la idea relativista de que “pasan los años, también los jugadores”).

El “jugador-franquicia” está arraigado en el club, es un símbolo vivo. Y Solchaga es, desde hace años, un “jugador-franquicia” de All Boys.

El agónico gol del triunfo ante Platense en el 2-1 en Floresta (el primero fue de Gigliotti) actualiza el mito blanco de Solchaga, de Golchaga, del Rey Sol, del Pato.

Venía de otro gol del triunfo en el 3-2 en Bahía Blanca, en la misma semana; en ambos casos empezando como suplente y jugando apenas un rato.

Ninguno de sus últimos dos goles, que en total valieron seis puntos, fue especialmente lindo: el presunto desapego por los goles hermosos, por las “jugadas de notable factura”, es casi una constante en los 93 goles del Pato Solchaga en All Boys.

Las señas particulares del Pato, como goleador, son sus ausencias. Son todas aquellas características típicas de los goleadores, que el Pato no tiene.

No es un velocista, no hace los goles por humillar a los defensores como el correcaminos, bien entrenado, a un coyote obeso y fumador.

No es un tanque, no hace los goles por chocar a los defensores como un rinoceronte ebrio entre las góndolas de un supermercado chino.

No es un habilidoso, no hace los goles por gambetear a los defensores como un narcotraficante a los controles de la Afip.

No le pega con un caño, no hace los goles por patear como deseara astillarle las falanges al arquero y causarle politraumatismos de gajos a la pelota.

Es un aceptable cabeceador, sí. Es oportunista. Es inteligente. Es definidor. Pero su secreto es que tiene siempre muchas ganas de hacer goles, y no le importa hacer un pequeño papelón para lograrlo (ahí está esa media chilena medio fallida, medio torpe, que intentó dentro del área chica de Platense, cinco minutos antes del gol).

En realidad, fuera de los goles, nada parece importarle. Decenas de partidos terminó jugando vendado, embarrado, malherido, amonestado, golpeado, conversado, insultado, camiseteado.

Solchaga tiene alma de gladiador, aunque su talla física tal vez remita más a un flaco que vende pulseritas en la playa (su cabellera, rubia por opción, alimenta esta idea).

El Pato Solchaga hizo 90 goles para All Boys en la B Metropolitana, muchos de ellos ante infames rivales del ascenso, muchos otros en partidos definitorios, Reducidos y octogonales.

Sus diplomas incluyen nada menos que 9 pepas a Atlanta (un saludo a mis amigos bohemios, Pablo Plotkin y el Turco Fernando Szereszevsky). En el Nacional B, donde se perdió por lesión varios partidos, ya embocó a Olimpo, Unión y Platense.

Cuando termine este torneo, habrá jugado seis temporadas y media con la camiseta del Albo, desde su debut en el club, en 2001 (casi 200 partidos). Tuvo un par de experiencias en el exterior –Maccabi Tel Aviv, de Israel, y Deportivo Cuenca, de Ecuador–, también se le registran pasos por Almagro, Estudiantes de Caseros y Talleres de Escalada.

Su primer gol para el Blanco fue en 2001, en Floresta y por la B Metro, en el triunfo 2-0 sobre Deportivo Merlo. Ese día, el otro gol lo marcó otro Pato querido: Damián Yáñez.

Y, los goleadores son así, la primera sílaba de su apellido hasta le abrió la puerta a obtener el apodo de “Rey Sol”, merced a una serie televisiva de Pol-Ka (“Son amores”) donde el personaje principal era un delantero de All Boys.

El año pasado, después de tantos años en los que All Boys terminaba a media asta en la B Metro, el Pato pudo ser campeón. Conmovió la imagen de Solchaga dando la vuelta olímpica con muletas, tras la lesión en los ligamentos que lo marginó del tercio final de la campaña. Aún así fue el goleador del equipo, como en todos los torneos que jugó vestido de blanco.

A los 32 años, el Pato Solchaga, cuarto artillero histórico del Blanco, está a siete pasitos de su gol 100 en Floresta. Pero así termine quedándose en 99, o llegue hasta los 350, ya es el “jugador-franquicia” de All Boys de la década del ’00.

¿Cuántas manos hacen falta para contar con los dedos hasta 93? Que esas manos aplaudan al gran goleador del Albo.

lunes, 27 de abril de 2009

Los apodos hay que ganárselos

Los jugadores de fútbol llevan los apodos como un nombre artístico. Como un trofeo de la fama. O como una segunda identidad, más cariñosa: “Patita Minervino” es un jugador más querido que “el ex defensor de All Boys, Racing, Chacarita, Temperley, Atlanta, Defensa y Justicia, Banfield de Mar del Plata, San Martín de San Juan y Brown de Arrecifes; Gustavo José Luis Minervino”.

Por eso, al verdadero apodo hay que merecerlo. Por que es un apodo que no tiene nada que ver con el mote inmerecido de los relatores del segundo pelotón de popularidad, que con tal de hacerse publicidad ellos mismos, fuerzan apodos inaceptables o intentan sembrar apodos de diseño que nunca jamás lograrán nombrar a nadie.

El apodo bien ganado es para pocos. A ver, en el actual equipo. Chino Zárate. Cabezón Sánchez. Pato Solchaga. Chinito Scamporrino. Esos salen de una. Son apodos ya bien ganados, indiscutibles. El Facha Bartelt también lo es.

En Nico Cambiasso y en Carlitos Madeo, el recurso del diminutivo del nombre de pila parece debilitar la firmeza del apodo. Pasa lo mismo con Darío Stefanatto. Curiosamente, ni León Panceri ni Topolín Panceri han sintonizado los altos rendimientos del lateralazo izquierdo del Albo. Y De los Milagros Fayart, recién incorporado, todavía no tuvo tiempo para prodigios.

No hay más. Aunque no estaría mal que en los próximos partidos, haya razones de sobra para que obtengan de una vez la personería jurídica del apodo desde Manu Gigliotti hasta el Tano Vella, el Negro Vieytes, Johnny Ferrari, Javi Umbides, Chaco Torassa, Bocha Ramírez, Laucha Álvarez, Pulpo González, el Cordobés Arriola o Cocoliso Krikorian.

¡Brindis por un plantel en que cada uno se gana su apodo en la cancha!

sábado, 25 de abril de 2009

Campeones contra la mufa bahiense

“Bahía Blanca es mufa”, asegura el supersticioso rumor. En el ambiente artístico, muchos hasta evitan nombrar a la austral ciudad bonaerense, y si alguien la menciona, apelan al conjuro de tocarse un órgano del lado izquierdo.

En abierto desafío a toda mufa bahiense, All Boys encara la recta final de este Nacional B, los ocho últimos partidos, con el aval de un gran triunfo: 3-2 sobre Olimpo, después de ir perdiendo dos veces.

Los goleadores del Blanco en suelo (casi) patagónico fueron tres de los referentes del equipo campeón de la B Metro 07/08: Zárate, Sánchez y Solchaga, tres treintañeros clave en un plantel con muchos treintañeros y algunos jóvenes

Gigliotti es uno de los jóvenes. Llegó sin más antecedentes reales que la venia de Caruso Lombardi y unos partidos en Lamadrid, y con críticas a cuestas y todo, ha cumplido con un papel que hace diez meses era imprevisto, el de goleador del plantel: hizo 11 de los 34 goles de All Boys en el Nacional B, un virtual tercio del total de tantos marcados.

Está bien exigirle más a Gigliotti y a todos, aunque está mucho mejor que se aparezcan por fin los capitanes del campeón. En los ocho partidos que quedan, cuanto más tomen el timón los héroes del año pasado, mejor.

Si el Chino y el Pato logran continuidad en lo que resta, si Sánchez, Panceri mantienen el protagonismo y si se afirman Cambiasso, Madeo y los “regresados” Fayart y Stefanatto, habrá una gran noticia en Floresta: que el equipo que jugará los últimos dos meses del Nacional B será, prácticamente, el gran campeón del invierno pasado.

viernes, 24 de abril de 2009

La Pachamama es del Albo

La Madre Naturaleza simpatiza con All Boys. La prueba es que nunca olvidó los colores blanco y negro a la hora de diseñar pelajes para la fauna de la Tierra. Todas las especies animales que llevan en su piel los sagrados colores de la divisa del Albo son originales, especiales.

En las praderas africanas, las cebras trotan como ágiles y musculosos mediocampistas de All Boys, desde Fernando Sánchez hasta el paraguayo Elvio Castellano Villalba.

En las montañas asiáticas, los osos panda se saben únicos, mágicos, amenazados y feroces, como los números diez de All Boys, desde el Beto Pascutti hasta el Chino Zárate.

En las praderas norteamericanas, los zorrinos, a pesar de su aparente fragilidad, se hacen respetar con sus mejores armas, como los goleadores de All Boys, desde el Pirata Czornomasz hasta el Pato Solchaga.

En las ciudades del mundo, los dálmatas lucen su dudosa elegancia y sus patas largas, sino infinitas, como los defensores de All Boys, desde Gustavo Minervino hasta el Zurdo Fabbri.

En los cielos andinos sudamericanos, los cóndores vuelan alto y parecen crecer en el aire, como los arqueros de All Boys, desde Nico Cambiasso hasta el Pucho Urquiza.

Los colores de Chacarita o Chicago, sólo los tienen las serpientes y otros reptiles despreciables. Que duerman en una cueva.
Y no hay algún animal con los colores de Atlanta. Que vayan a juntar flores.