Voy a salir del clóset: confieso que soy localista. Lo dije. Estoy perfectamente al tanto de que ser tildado de “localista” resulta una de las peores afrentas que pueden intercambiar dos seguidores del mismo equipo.
Admito que el 90 por ciento de las veces que vi a All Boys fue en Floresta. No significa eso que no haya ido nunca de visitante, por supuesto. Un rápido safari de recuerdos me advierte que he seguido al Albo por canchas como las de Racing, Vélez, Ferro, Atlanta, Chicago, Chacarita, Quilmes, Huracán, Español, Almagro, Estudiantes de La Plata, Estudiantes de Caseros, Talleres de Escalada, Tigre, Los Andes, Excursionistas, Arsenal, San Martín de San Juan, San Martín de Tucumán, Instituto, El Porvenir, San Miguel, Temperley, Platense, Morón, Douglas Haig, Colón, Laferrere, Almirante Brown y quizás otras que –a Dios gracias– seguramente no vienen a mi memoria. Pero por cada partido que fui de visitante, tal vez debo haber asistido a diez de local. O sea que este listado no lava culpas ni anula mi indisimulable condición de localista.
Juguemos al diccionario:
Localista. Adj. Hincha de fútbol que sólo va a ver a su equipo cuando juega de local, en su estadio.
Ir a la cancha muy seguido de local y rara vez de visitante implica un voto por el confort que poco tiene que ver con la pasión irrefrenable que se le atribuye al hincha de ley. El localista se evita una serie de adversidades evidentes: historiales hostiles, fuerzas policiales hostiles, hinchas rivales hostiles, empleados de boletería hostiles y medios de transporte hostiles (por no hablar de los también hostiles arbitrajes, a los que en estos casos también se los llama “localistas”, que en la acepción que atañe al referato significaría “jueces ávidos por favorecer al rival de nuestro equipo, que nos recibe en su estadio”).
Pero los tiempos cambian. La prohibición al ingreso de hinchas visitantes que rige –en forma discriminatoria– desde hace dos años en los torneos del Ascenso parece haber anestesiado el carácter insultante de la palabra “localista”.
Es cierto que la trampa siempre atrae. Muchos hinchas de All Boys (y de otros clubes del Ascenso, hay que decirlo, aunque aquí no nos importe) siguen yendo a la cancha de visitante, acaso reprimiendo gritos, disimulando insignias, colándose entre simpatizantes rivales.
Sin embargo, la diferencia es grande. Antes se era localista por opción; ahora, por obligación.
¿Es muy malo ser localista? ¿Es muy malo que la escenografía del 90 por ciento de mis recuerdos sobre el Albo se ubique en Jonte y Mercedes? Están muy bien las glorias en escenarios hostiles. Pero no hay nada como celebrar en casa.
martes, 1 de diciembre de 2009
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Todo muy lindo, localista amigo, pero seguimos esperando la crónica del paso de Emiliano Díaz por el albo. ¿Qué tiene que ver que no juegue?
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