miércoles, 28 de julio de 2010

El pesimismo es lo último que se pierde

“…Yo quiero cruzar con la barrera/
Y que me pisen…”
(Luca Prodan)

El hincha de fútbol es, en esencia, masoquista. Disfruta con el dolor, goza con el displacer, ama recibir en su carne golpes estimulantes, latigazos hot, excitantes cachetazos, felices fustazos, dulces frustraciones. La fundamentación de esta idea es estrictamente matemática: el fútbol, a la larga, siempre –siempre– supone más sinsabores que alegrías.

Esa máxima vale aún para los hinchas de divisas tradicionalmente ganadoras. El seleccionado de Brasil, el más campeón de todos los seleccionados nacionales, ganó cinco Mundiales, pero lloró en otras catorce Copas del Mundo: un saldo negativo de –11. El máximo campeón argentino del profesionalismo, River Plate, tiene en su vitrina 32 títulos locales, pero se quedó sin nada en otros 85 campeonatos de Afa: un saldo negativo de –53. La misma idea puede extenderse a otros presuntos caballos del comisario, llámense Real Madrid, Peñarol, Boca, Milan, etc.

¿Qué nos queda a los hinchas de All Boys? Venimos dulces, dulcísimos, pero llega la hora de la verdad, empieza el campeonato de Primera y, aunque suele a mal agüero (el pesimismo es lo último que se pierde), seguramente para el Albo se vendrán algunos reveses. Ojalá sean pocos, poquísimos. Pero es de esperar que algunos bollos nos comamos.

Que vengan la lencería de cuero y el látigo. ¿Vamos a sufrir en Primera? Pues los hinchas de All Boys siempre hemos sufrido. Y al mismo tiempo, siempre hemos gozado. Estamos listos.

sábado, 17 de julio de 2010

Día del Orgullo Ogro

Con la llegada de Cristian Fabbiani, el hincha de All Boys da su primera pisada en el fangoso mundo de la elite futbolera argentina cosecha 2010/2011. Y empezar este primer año en Primera con una ruleta rusa como la incorporación del Ogro no permite administrar los escalofríos.

¿Seremos los giles que nos clavamos con Fabbiani, a pesar de que los antecedentes indicaban que River ya se clavó con Fabbiani, y que los mexicanos tuvieron miedo de clavarse con Fabbiani?

Viene en la mala, no sería raro ni inesperado que resulte un desastre, ni que arrastre al Albo al mismo escarnio mediático que él viene sufriendo desde hace rato. Podría ser aún peor que los días en que los Marquesi de Mariano Martínez y Nicolás Cabré oficiaban como embajadores televisivos del Albo en el prime-time de la trinidad Pol-ka/ Canal 13/ Grupo Clarín.

Pero la contratación del Ogro se sostiene desde la apuesta: existe una buena posibilidad de que en All Boys Fabbiani la rompa.

Como la rompió en Newell’s en el Apertura ‘08, o sea, al mismo tiempo que All Boys jugaba la dura primera ronda de su regreso al Nacional B tras el título en la B Metropoliana, y pasaba los que serían sus peores momentos en la categoría.

No fue hace tanto: seguidilla de derrotas en el segundo semestre de 2008, el Albo en zona de Promoción –casi, de descenso–, sin Fernando Fayart, Pablo Solchaga ni Darío Stefanatto, pero con Luciano Krikorián, Gonzalo Pavone y Emiliano Cerdá... Uff. Fue ayer nomás. Y fue ayer nomás cuando el Ogro la rompía.

Este All Boys de Pepe Romero y Roberto Bugallo ha acertado bastante en los últimos tres años, y eso inclina la balanza: en unos pocos meses los hinchas del Albo odiaremos o amaremos a Fabbiani. El Álbum Blanco sale del closet y apuesta por el amor. Ojalá haya amor, el Ogro vuelva a ser una estrella del fútbol argentino y el Albo asegure su permanencia en Primera. Si hay amor, ganamos todos.

lunes, 12 de julio de 2010

De frente Mantecol

Ignoro si existe algún censo histórico de patrocinadores, un listado riguroso que consigne cuál fue el sponsor que auspició la camiseta de All Boys en cada temporada.

La memoria me trae apenas un puñado: Lácteos Barraza (cuya vaca campeona volará por siempre en la memoria alba del ascenso a Primera), los fiambres Riosma y los salames 2/14, Mejoral, Inca Seguros, Tersuave, Georgalos… ¿Alguien recuerda otros?

Es cierto que en los últimos años ese eventual relevamiento se habría complicado. Hasta no hace mucho, el sponsor era un único logo en medio de la camiseta; pero la necesidad económica, sumada al pésimo ejemplo de la siempre negativa Fórmula Uno, llevó a que ahora las camisetas de fútbol tengan un patrocinador en el pecho, otro en la espalda, uno en los hombros, uno en cada manga, uno en cada flanco intercostal, etc.

Sin embargo, y dedicado a quienes creen que la publicidad es mero mercantilismo, me siento tentado a armar un Ránking Afectivo de Publicidades Históricas de la Camiseta de All Boys (RAPHCAB). Nada tan afectivo, desinteresado y querible como un sponsor que pone plata en el club para que su logo decore el pecho de nuestros jugadores, ¿no?

En este viaje, mi voto como mejor auspiciante de todos los tiempos es para la autoproclamada “golosina nacional”, Mantecol, de la empresa Georgalos. No sólo porque en los ’80 su fábrica estaba frente al club y sonaba realmente a “capitales de Floresta reinvertidos en Floresta”, sino porque –y pido disculpas su me meto, ahora sí, en terrenos personalísimos– el Mantecol es mi golosina favorita.

Es como si Los Beatles pusieran su logo en la camiseta del Albo. O la Cámara Argentina de Productores de Frutillas. O el licor Baileys. O la serie “Seinfeld”. O los alfajores Havanna. O la heladería El Anta. O las zapatillas Adidas. O los teclados Roland. O los distribuidores de la próxima película de Woody Allen. Sería un placer para mí ver a cualquiera de ellos en la camiseta del Albo.

Y también, ya que estamos, sería un placer tener un canje con cualquiera de estas destacadas franquicias en el Álbum Blanco, claro.

domingo, 4 de julio de 2010

Con las inscripciones cablegráficas no se jode

Todavía está abierto libro de pases, pero cuando llega el último día, los hinchas solemos enterarnos de que, al filo del cierre del período habilitado para transferencias e incorporaciones, resulta que los clubes, debido a alguna negociación aún no concluida, inscriben cablegráficamente a algún jugador.

¿Inscribir cablegráficamente? ¿Qué es eso?

Alguna vez nos hemos reído del tema en la mesa de trabajo de Barcelona, seguramente con el cuervo Pablo Marchetti, el bostero Fer Sanchez, el gasolero Eduardo Blanco, el granate Dani Riera, el académico César Marchetti y el verdolaga Hernán Ameijeiras.

¿Se trata de una vetusta maquinola analógica, escondida en una pedorra oficina sin ventanas de la AFA, llena de cables, rodillos de papel y pistolas inyectoras de tinta? ¿Sólo se usa en los recesos de los torneos? ¿Quién la maneja, acaso un anciano burócrata que te puede contar en primera persona que en 1932 tipió con sus propios dedos el nombre de Bernabé Ferreyra, cuando llegó a River? ¿No se puede inscribir un jugador por e-mail? Son preguntas que perforan la conciencia del hincha de fútbol en cada receso.

Pero con las inscripciones cablegráficas no se jode: alguna vez, en 1998, Diego Armando Maradona fue anotado por esa vía para jugar en All Boys, entonces en el Nacional B. La foto no tiene nada que ver, fue sacada en el 2005, pero todo hincha del Albo la conoce. Y viene al caso.

viernes, 2 de julio de 2010

El Otro Yo

Hay un mexicano que se llama igual que yo, Javier Aguirre. Tuve esa revelación durante el mítico Mundial de México ’86, cuando mi meta-tocayo (¿doblemente tocayo?) jugaba con la camiseta número 13 del seleccionado de su país, y yo era un niño que veía el torneo de la gloria maradoniana sentado en el piso de la casa de mi abuela Peri.

Ahora Javier Aguirre es el director técnico de México, y estos últimos días vecinos del 3-1 de la Selección en octavos fueron muy raros. Según los diarios y los noticieros, “Javier Aguirre afirmó que...”, y yo no recuerdo haber afirmado nada de eso. Según los enviados especiales a Sudáfrica de los canales deportivos, “el esquema de Javier Aguirre buscó detener a Messi...”, y yo juro que no tengo ningún esquema, y si lo tuviera, jamás lo usaría en perjuicio de Messi.

Hasta Maradona habló de mí: dijo que me había dado un gran abrazo y aseguró que habíamos ido a comer juntos, hace tiempo, en Madrid. No voy a tirarme contra Diego en pleno Mundial, a sólo 48 horas del cruce temible ante los alemanes, pero debo decir que el Diez miente. No tuve el gusto de conocerlo personalmente, ni de abrazarlo, ni de comer con él, ni en Madrid ni en ningún otro lado.

La invasión de Javier Aguirre sobre mi vida tiene muchos capítulos. He recibido decenas de correos electrónicos de incautos hinchas de fútbol de México y España --este muchacho dirigió al Atlético Madrid hasta hace unos meses-- que, según el resultado del domingo, me felicitan por las alegrías que no les di, me alientan para que siga así y yo no sé a qué se refieren, me piden que dé una oportunidad a cierto jugador al que no conozco, o hasta me putean (con insultos mexicanos incomprensibles y ricos en “chingas”, “pinches” y “chingadas”) por alguna decisión que yo no tomé. Claro, mi email no es un alias codificado del tipo ja_87capo-de.floresta@criptomail.com, sino un austero e inequívoco javieraguirre@hotmail.com. Bah, no tan inequívoco, a juzgar por la cantidad de mails ajenos que recibo.

Alguna vez tuve la tentación de contestar esos correos, con la misma crueldad de quien le sigue la corriente a un llamado telefónico equivocado, y replicar, con tono de Chavo del 8: “Pues sabes que ese Cuahutémoc es un burro adicto a las tortas de jamón y al zumo de tamarindo, y fíjate que si no lo pongo es porque se me antoja en las chamarrotas”. No lo hice. De esto nadie tiene la culpa, y conviene no sumar más confusión.

Lo peor es la corazonada de que este canoso entrenador mexicano no es el único Javier Aguirre que anda por ahí, usurpando mi identidad sin saberlo. Un repaso por las guías telefónicas de España, América Latina y cuantas colonias hayan tenido los españoles en Asia o África, podrían arrojar cifras estremecedoras (al menos, estremecedoras para mí, y quizás, también para el DT) sobre la cantidad de javieresaguirres que habitan el mundo. Es que tanto mi nombre de pila como mi apellido son bastante comunes: si tuviera un nombre aymara combinado con un apellido lituano, o si hubiera adoptado un seudónimo cool e irrepetible, probablemente sería más difícil la homonimia.

Pero ya es tarde; tendré que resignarme y afrontar con hidalguía el terrible drama de no poder googlearme a mí mismo.

Publicado originalmente en Página/12, con el título "Las alegrías que no les di".