miércoles, 24 de agosto de 2011

Era neCesáreo

El mal arbitraje de Jorge Baliño en la derrota del Albo ante Rafaela me dejó un enojo, una paranoia y una pregunta.

Primero, el enojo. Es puntual (aunque no por un solo punto, sino por varios; casi una línea de puntos). Que lo lesionaron a Agustín Torassa y Baliño ni sancionó infracción. Que la cantidad de fouls discutibles cobrados en beneficio del delantero rival Darío Gandín sólo se justifican si Baliño lo tiene en el Gran DT. Que uno de esos fouls discutibles terminó en el gol del triunfo de los rafaelinos (hasta Clarín discutió el tiro libre). En fin, el consuelo que me queda es que Baliño, gracias a su apellido, debe haber tenido una infancia muy difícil, con tantas burlas sufridas en la escuela primaria, que debe haber quedado con un trauma que lo lleva a ejercer injusticias y crueldades. Como diría Nelson: “Baliño, ha-ha”.

Segundo, la paranoia. Es comprensible, de ningún modo luce como un X-File situado en Floresta. Tiene que ver con la enérgica (y muy pública) oposición de Roberto Bugallo a los cambios en los torneos de Afa. ¿Acaso los arbitrajes empezarán, como quien no quiere la cosa, a pasarle facturas a All Boys por la firme postura del presidente del club en contra de un proyecto del oficialismo futbolístico? Auch.

Tercero, la pregunta. Es panorámica, trasciende la coyuntura. ¿Puede un hincha sentir hacia los árbitros algo que no sea ira, desdén, desprecio ni ningún sentimiento negativo? ¿Sería normal que en la tribuna se experimente hacia un referí gratitud, admiración, respeto o cualquier sentimiento positivo? Infiero que la respuesta es negativa. Casi con vergüenza –cívica, no deportiva– admito que nunca tuve sentimientos nobles hacia un árbitro. O casi nunca; en realidad, hubo un caso.

Cesáreo Ronzitti fue árbitro entre los ’80 y los ’90. Cada vez que era designado para dirigir un partido del Albo, recuerdo que en Floresta había cierta sensación de alivio. Como decía, por entonces, el relator Pablo Ladaga: “Es ne-Cesáreo, Ronzitti”. No tengo estadísticas, aunque sé perfectamente que Ronzitti dirigió aquel inolvidable partido de 1993 en el que el Albo venció a Defensores de Belgrano, en Ferro, y consiguió el título de la B Metropolitana.

No creo que Cesáreo fuera hincha de All Boys. Nunca escuché nada que manchara su honor deportivo. No se han sedimentado en mi memoria anécdotas sobre fallos polémicos, ni a favor, ni en contra del Blanco. Pero sí recuerdo que el nombre de Cesáreo Ronzitti no generaba en el espinazo de los hinchas ese escalofrío maligno que suele acompañar la sola mención de apellidos arbitrales como Sliwa, Marconi, Bongianinno, Abal… O como, en adelante, Baliño. Malvenido al club.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Constant concept

(“En el fondo, siempre fui un freak…”)
Roberto Musso, El Cuarteto de Nos.

No sé si está bien lo que voy a contar. No, al menos, ante los ojos del arte. Comprensible, quizás, ante los ojos del fútbol.

Tuve la suerte de presenciar una performance-intervención, Instantes festivos, a cargo de la dupla de artistas plásticas Paula Pinedo/Gabriela Muollo.

No voy a contar en qué consistía la obra, pero sí que las performers llevaban unas máscaras blancas. Y que de pronto, acaso hechizado por el espíritu hipnótico de la experiencia, casi en la frontera de la vigilia y el sueño (un saludo a los lectores del Álbum Blanco que gusten del surrealismo), empecé a advertir que una de las máscaras me sonaba familiar: un rostro sereno, una frente enorme, una mirada insondable, una mandíbula cuadrangular… ¡Eduardo Domínguez! ¡La máscara de una de las artistas era notablemente parecida al rostro del gran zaguero central de All Boys!

Cualquiera, sí. Pero sospecho que a más de un hincha del Albo le habrá pasado alguna vez algo parecido, como creer ver a Cristian Vella en la multitud de Florida y Corrientes, o a Matías Pérez García como extra en una película de cowboys.

Cualquiera, sí. Así son los espejismos. Así somos los hinchas.