Que se pudra todo. Agudizar las contradicciones. Ir al extremo, propiciar
un cambio de raíz, empujar para que las cosas se desbarranquen definitivamente.
Y recién después, cuando ya no salga ni humo de las cenizas, cuando el pasado
esté sepultado, cuando ya no quede ni el eco del pasado, empezar la construcción
de un futuro mejor, con bases más sanas, desde cero, desde los charcos de
sangre. Reset y a la bolsa.
Es una idea. Opinable. Si es en pos de un futuro mejor, uno puede desear ese
cambio radical para su pueblo, para su país, inclusive para la sociedad humana
toda. Pero jamás para su equipo de fútbol.
¿Significa eso que hay que apañar a un dirigente corrupto, siempre que su
gestión redunde en éxitos, construcciones de tribunas, ascensos, títulos…? Mal
ahí.
¿O significa eso que, para que terminar con un dirigente corrupto, debo aplaudir
e impulsar descensos, goleadas en contra, bancarrotas, violencia, suspensiones…?
Malísimo ahí.
¿Cómo ser trotskista del equipo del que uno es hincha?