lunes, 26 de marzo de 2012

Magia Blanca

El número que saqué –ochocientos y algo– justificó mi pesimismo previo: yo era el único de mis 22 compañeros de colegio que había entrado, por sorteo, en el Servicio Militar Obligatorio. Nadie se burló de mí en aquella división del Fernando Fader, de Flores, sino que mi yeta procastrense generó solidaridad y piedad, dos sentimientos no usuales en grupos de homo sapiens de 17 años.

En algún momento cambió mi suerte. La revisión médica dictaminó que mi organismo no cumplía las expectativas mínimas que exigían las Fuerzas Armadas, y allí estaba yo, a pleno sol menemista, en el Regimiento de Palermo, junto a otros 30 pibes estrábicos, chuecos, asmáticos o con pie plano, todos esperando recibir el DNI con el sello que te salvaba para siempre de la posibilidad de pasar un año entero como vasallo teen de un capitán de corbeta.

Los encargados de entregar el DNI a quienes habíamos zafado en la última curva de entrar en el Servicio Militar eran, precisamente, conscriptos. Pibes de 19 años que habían entrado a la Fuerza desde hacía algunos meses, y que por tanto tenían derecho castrense a complicarles la vida, o al menos, a hacernos perder un día entero a quienes sólo necesitábamos nuestro DNI para salir para siempre del Regimiento y volver a la vida civil. Así funciona la lógica de garcado vertical de instituciones como el Ejército: el general caga al coronel; el coronel caga al cabo; el cabo caga al soldado de 19 años… y el soldado de 19 años caga al civil de 18 años que acaba de ser rebotado por la revisión médica.

Y ahí estaba, entonces, waiting for the man. En realidad, esperando el DNI. Asomado durante horas en una ventanilla de la burocracia marcial, aburrido, insolado, con miedo de que se arrepintieran y me enrolaran. De pronto, reparo en un diminuto graffiti escrito con birome en una pared: “All Boys capo”. Lo leo en voz alta, como en un mantra: “All Boys capo”.

–¿Sos de All Boys? –me pregunta un soldado al que no había visto.
–Sí…
–Tomá tu DNI, pibe, aguante Floresta.

Allbocadabra. El Albo me ayudó. El soldado hincha de All Boys se llamaba Paz, y me hizo zafar de una espera y salir para siempre. Fue la última vez que pisé un establecimiento militar.

Lo crucé a Paz un par de veces en la cancha durante los ’90; en la tribuna alta, en la calle. Todavía estaba rapado, no sé si siguió la carrera militar, o si era una mera decisión estética.

Así es la familia de All Boys; pertenecer tiene sus privilegios.

lunes, 12 de marzo de 2012

Defensa del doble camiseta

La semana previa a la derrota del Albo ante Racing, una entrevista en la que el presidente de All Boys, Roberto Bugallo, reconocía que también simpatizaba con la Academia, generó cierto revuelo en Floresta y avivó un fantasma: el encono que generan los “doble camiseta”.

Esa figura define, claro, a aquellos que son hinchas de dos clubes a la vez. Es un fenómeno habitual, y con matices: a veces el doble camiseta quiere a ambos clubes por igual (“como a Mamá y a Papá”), otras veces el argumento es clasista (“un equipo es de Primera, y el otro, del Ascenso”), y en algunos casos, el fundamento para ese segundo cuadro es afectivo (“le tomé cariño porque mi hijo/ viejo/ novio/ odontólogo es hincha…”).

Me ha tocado conocer a seguidores de All Boys que también son de River, Boca, San Lorenzo, Racing, Vélez o Ferro; así como también –hago memoria– me consta la existencia de hinchas de Independiente que también son de Lanús o Excursionistas, de Huracán que también son de Atlanta, de River que también son de Chicago, de Ferro que también son de Gimnasia de Jujuy… (si no doy nombres es para no incurrir en una forma boludísima de macartismo futbolero, claro). Todas las combinaciones son posibles, arriesgaría.

El Álbum Blanco rechaza la condena al doble camiseta. El debate sobre en cuántas partes se puede repartir un corazón no es cardiológico ni matemático, sino poético. Corazón es múltiplo de lo que uno siente.