lunes, 28 de marzo de 2011

A esto vinimos

En el blanco barco del Blanco, el pesimismo ya ha desplegado sus negras banderas; y la sensación de que estamos en el horno no nos la saca nadie.

A la hora de hablar sobre este torneo Clausura, el recurso periodístico de aportar datos puros y duros para fundamentar aquello que ya se sabe, vendría muy bien: 480 minutos sin hacer goles, 5 expulsados, 4 derrotas consecutivas, 2 autogoles, 1.153 de promedio, lo que equivale a estar en zona de Promoción, en una mesa con vista al descenso directo…

De todos modos, los datos puros y duros también pueden servir para no perder la compostura: aún no está nada dicho, All Boys depende de sí mismo, y con apenas un punto más no sólo igualaría a Olimpo en la tabla general, sino que automáticamente superaría a Huracán; y encima, definirá de local ante rivales directos como Gimnasia, Quilmes o Huracán.

No, no es momento para la fe ciega, sino para el pesimismo de quien tiene ojo de águila a la hora de mirar la tabla de posiciones.

Pero, por otro lado, la historia de All Boys en Primera –en los ’70, y también ahora– tiene exactamente el mismo sabor que todos en Floresta estamos degustando por estos días. Vivir un sueño… y estar hechos mierda. Darnos gustos como ganarles a River, Boca, Vélez, Independiente o Estudiantes… y recordar que no nos sobra nada justo a la hora definitoria. Gozar… y sufrir.

No me quejo. Me muerdo los dientes y supongo que disfruto. Finjo alegría. Para putear, tenemos toda la vida por delante. En cambio, para luchar, nos quedan sólo doce semanas. Todavía falta mucho sufrimiento, sí. Pero a eso vinimos.

viernes, 18 de marzo de 2011

Fayart, el insoportable

Jugar de marcador central en el fútbol profesional es uno de los trabajos en los que cierto tipo de crueldad –caballerosa, oportuna, medida– puede ser una virtud, como alguna vez ya se ha insinuado en el Álbum Blanco

Durante las tres temporadas y media en las que vistió la camiseta de All Boys, a Fernando Fayart nunca lo vi mezquinar a la hora de poner la pierna, a la hora de llevarse al mundo por delante, a la hora de demostrar que el amor propio termina siendo amor para el equipo.

Grandote, jetón, fuerte, difícil, feroz, el Turco Fayart ya estaba en el club desde antes del fabuloso sprint que comenzó en la temporada 2007/2008, que incluyó un campeonato y el ascenso que hoy tiene al Albo en Primera.

A pesar de que su apellido parecía una apelación al yerro poco auspiciosa para un zaguero –¡¿cuántas fallas y vacilaciones generaría una dupla entre Fayart y Emiliano Dudar?!–, y no obstante las dudas sobre su velocidad, Fernando de los Milagros fue un jugador clave en los logros del Blanco en el Ascenso.

Enorme en los partidos difíciles –como en la Promoción contra Rosario Central– y gigante en las dos áreas, Fayart integró junto a Carlos Madeo una de mis duplas favoritas de defensores centrales de All Boys de todos los tiempos.

Terminó de hechizarme de modo casual: hace un par de años, escuché en “La Gigante de All Boys” una entrevista veraniega a Darío Stefanatto, en la que el ex volante del Albo, en tono risueño, contaba anécdotas de los entrenamientos del equipo y no dudaba en definir a Fayart como “insoportable”.

In-so-por-ta-ble.

Nunca hablé personalmente con Fayart, pero la definición me pareció reveladora, y traté de intuir qué podía significar el adjetivo “insoportable” en este contexto: lo supuse hablador, fastidioso, arisco, bromista, agresivo, insistente, toqueteador, incansable, incapaz de dar por terminada una conversación… o una jugada.

Como esa crueldad selectiva, la insoportabilidad también suena a virtud en el caso de un zaguero central del Ascenso.

Hoy juega en Patronato, en el Nacional B, donde sigue siendo símbolo de guapeza y –probablemente– de insoportabilidad para compañeros y rivales. Ningún hincha de All Boys podrá decir que no lo extraña.

domingo, 13 de marzo de 2011

Rojas para todos

Carlos Soto y Emanuel Gigliotti contra Vélez, en la fecha 2. Juan Pablo Rodríguez contra Boca, en la fecha 3. Hugo Barrientos contra San Lorenzo, en la fecha 4. Eduardo Domínguez contra Olimpo, en la fecha 5. La lista de tarjetas color carmesí que ha sufrido el Albo en el último mes es más larga que la de cualquier equipo del campeonato. Podemos sumar, en esos mismos cinco partidos, a los que fueron suspendidos por acumulación de amarillas: Fernando Sánchez, Soto, Barrientos.

En las últimas cuatro fechas, desde el incidente Barrientos-Gio Moreno, y la posterior e injustificadísima demonización del mediocampista albo, los árbitros han dejado de lado cualquier sospecha de garantismo, y han juzgado a los jugadores de All Boys con una severidad propia de Torquemada y la Santa Inquisición. No vienen al caso mencionar los penales no cobrados contra San Lorenzo.

Hay en estos días en Floresta una preocupación bien deportiva: en el comienzo de este torneo Clausura, el que definirá permanencias y descensos, All Boys no está jugando bien, ni está convirtiendo goles, y su posición en la tabla de promedios empieza a ser inquietante.

Pero también hay otra preocupación que no tiene que ver con jugar bien o mal, ni con preguntar por qué juega un mediapunta y no otro. El temor de que el Blanco esté en una lista negra alfombrada de tarjetas amarillas y rojas.

sábado, 5 de marzo de 2011

¿Alegría inspiradora o tristeza inspiradora?

Me dolió mucho la derrota en Floresta ante San Lorenzo. Los detalles no me sirven para nada: el penal para All Boys no cobrado, el flojo partido del equipo, la esperable saña arbitral con Hugo Barrientos (cuatro tarjetas rojas para jugadores del Albo en tres partidos, desde el incidente con Gio Moreno; gracias Don Julio por hacer efectiva tan pronto su bajada de pulgar…), la conciencia de que los rivales ya no son Cambaceres ni Central Córdoba, en fin... Detalles, decía, que no me sirven para nada.

El enigma de las musas más de una vez ha llevado a preguntar qué estado de ánimo fertiliza mejor la inspiración: la tristeza o la alegría. ¿Es más prolífico aquel artista que la pasa mal, o aquel a quien la vida le sonríe?

El sinsabor de una derrota puede llenarnos el corazón de palabras: la búsqueda de culpables, la exteriorización de la ira, la búsqueda de consuelo por la pena, la confirmación de que en las malas te quiero igual.

La embriaguez de un triunfo también puede sembrar de verbos ese dúplex de cuatro ambientes que bombea sangre dentro del pecho: agradecer a los héroes, segregar la alegría, destacar los merecimientos, festejar que llegaron las buenas.

El equipo que terminó jugando contra San Lorenzo –tras los lesionados, los suspendidos, los remplazados– fue digno de la historia del Albo; bien propio del Ascenso: Nico Cambiasso, Cristian Vella, Carlos Madeo, Carlos Soto, Armando Panceri, Emmanuel Perea, Mauro Matos, Agustín Torassa; con Fernando Sánchez y Ariel Zárate al costado de la línea de cal, y con Pepe Romero en el banco. O sea, los responsables de las grandes alegrías de los últimos años. ¿Cómo no confiar en todos ellos en este momento de tristeza inspiradora?