sábado, 5 de marzo de 2011

¿Alegría inspiradora o tristeza inspiradora?

Me dolió mucho la derrota en Floresta ante San Lorenzo. Los detalles no me sirven para nada: el penal para All Boys no cobrado, el flojo partido del equipo, la esperable saña arbitral con Hugo Barrientos (cuatro tarjetas rojas para jugadores del Albo en tres partidos, desde el incidente con Gio Moreno; gracias Don Julio por hacer efectiva tan pronto su bajada de pulgar…), la conciencia de que los rivales ya no son Cambaceres ni Central Córdoba, en fin... Detalles, decía, que no me sirven para nada.

El enigma de las musas más de una vez ha llevado a preguntar qué estado de ánimo fertiliza mejor la inspiración: la tristeza o la alegría. ¿Es más prolífico aquel artista que la pasa mal, o aquel a quien la vida le sonríe?

El sinsabor de una derrota puede llenarnos el corazón de palabras: la búsqueda de culpables, la exteriorización de la ira, la búsqueda de consuelo por la pena, la confirmación de que en las malas te quiero igual.

La embriaguez de un triunfo también puede sembrar de verbos ese dúplex de cuatro ambientes que bombea sangre dentro del pecho: agradecer a los héroes, segregar la alegría, destacar los merecimientos, festejar que llegaron las buenas.

El equipo que terminó jugando contra San Lorenzo –tras los lesionados, los suspendidos, los remplazados– fue digno de la historia del Albo; bien propio del Ascenso: Nico Cambiasso, Cristian Vella, Carlos Madeo, Carlos Soto, Armando Panceri, Emmanuel Perea, Mauro Matos, Agustín Torassa; con Fernando Sánchez y Ariel Zárate al costado de la línea de cal, y con Pepe Romero en el banco. O sea, los responsables de las grandes alegrías de los últimos años. ¿Cómo no confiar en todos ellos en este momento de tristeza inspiradora?

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