Tiene razón, otra vez, el gran chicato argentino. Los resultados esperables, los arbitrajes predecibles, son más frecuentes, mucho más frecuentes, que los resultados sorprendentes, los arbitrajes impensados. Todos en Floresta sabemos que nos van a cagar cuando el Albo visite a Boca, y precisamente, es lo que pasa.
Y volvió a ocurrir, así de obstinado es el destino con sus rutinas. Gol de Boca con offside y foul a nuestro arquero, gol mal anulado al albo, permisividad violenta con los violentos zagueros xeneizes (Rolando Schiavi, oh Jorge Luis, debería al menos caer como Al Capone; viendo tarjeta roja sino por sus crímenes deportivos, aunque sea, por un temita fiscal).
Choreo, y a llorar a Paso a Paso.
Esta vez, el esclavo del destino, el peón de esa reiterativa confabulación astral que supone que a los débiles no sólo hay que vencerlos, sino también estafarlos, fue el juez Mauro Vigliano. Un apellido, otra vez, circular: la próxima, el villano de turno se llamará Mauro Maléfico, Mauro Criminale o Mauro Iccodeputta.