viernes, 24 de septiembre de 2010

El referí perfecto

A diferencia de lo que dicen los imbéciles, quejarse por un arbitraje injusto no es cosa de llorones. Si algo caracteriza a la Justicia de los hombres, es que da lugar para la polémica. Lo que sí resulta propio de llorones es únicamente hablar de los árbitros cuando los fallos arbitrales acaban de perjudicar a tu equipo.

En estos primeros dos meses en Primera, hay que decir que All Boys no ha sido perjudicado por los jueces (toquen madera, nombren a Pugliese –no a Gonzalo, a Osvaldo–, hagan el conjuro que crean conveniente para mantener la tendencia). Tampoco el Albo fue víctima de crímenes arbitrales en sus dos temporadas en el Nacional B (salvo alguna excepción con olor a lobby quilmeño o a derecho de piso en la Promoción, pero las excepciones, justamente, no son la tendencia).

A diferencia de lo que ocurrió durante décadas, en las que los jueces parecían tener inequívocamente alquilado al Blanco, hace al menos tres años que el fuego de mi odio hacia los referís recibe poca leña que lo aumente.

¿Significa eso que nos han favorecido en perjuicio de otros clubes? No me parece. ¿Supone entonces que los árbitros de hoy son buenos? Tampoco. Definitivamente no. ¿Dónde encontrar una explicación?

El cuento “El referí demasiado justo”, de Alejandro Dolina, imagina a un árbitro que a la hora de cobrar, no mide tanto la jugada en sí, como los aspectos históricos y espirituales de los protagonistas.

Y me quedé pensando en un hipotético árbitro cuyos aciertos fueran sólo obra del azar. Un caradura con suerte:

No ve nada, cobra cualquier cosa… y resulta que cobró exactamente lo que había ocurrido.

Queda lejos de la jugada, da al voleo un penal desde el mediocampo… y resulta que era un penalazo.

Se distrae, anula un presunto gol porque no vio de qué lado de la línea del arco picó la pelota… y una docena de repeticiones por TV ratifica que el esférico no había ingresado totalmente.

Por alguna razón, sospecho que buena parte de los aciertos de los referís de fútbol (y de los homo sapiens, en general) tienen una dosis decisiva de ojete.

viernes, 10 de septiembre de 2010

La concha de tu madre, All Boys

A la hora de entonar cantitos en una tribuna, el hincha de fútbol suele liberar sin prejuicios el Jorge Bucay que todos llevamos dentro. Mientras se piensa dónde termina el homenaje y dónde empieza el plagio, y más allá de que muchas barras se adjudiquen la virtud de la creatividad, lo más normal es que una misma canción de cancha sea interpretada, en el mismo fin de semana, por una veintena de hinchadas.

Con algunos ajustes menores en las letras –sobretodo en cuanto a vocativos, gentilicios y apelaciones a la propia divisa–, en el fútbol argentino no hay distinciones radicales entre los repertorios de una hinchada y otra. La arenga de los hinchas de Boca suele ser muy parecida a la de los seguidores de Colegiales; del mismo modo que las cargadas que los hinchas de Racing le cantan a su clásico rival –Independiente–, no son muy diferentes de las que los hinchas de Flandria le cantan a su clásico rival –andá a saber cuál es–.

Nunca fui muy devoto de las canciones de hinchadas. Por supuesto que he vivido esa experiencia casi chamánica de estar en un estadio, o en sus alrededores, sintiendo la vibración en el esternón de algún cantito conmovedor, que, según el momento, sirve para preanunciar una alegría, gozarla, llorarla o sepultarla. Por supuesto que me he encontrado tarareando canciones de cancha en cualquier momento del día, de la semana, del año. Pero la lírica de tribuna me resulta demasiado austera en términos poéticos: no creo que haya un originalísimo e inspiradísimo poeta maldito escondido en cada hinchada, adaptando éxitos populares. Sigo admirando más la “creatividad” de Bob Dylan que la de Rafa Di Zeo.

Sin embargo, hay algunas canciones de hinchada que huelen a únicas. Y la unicidad no la da, curiosamente, el intérprete, sino el receptor. El típico cantito con el que los circunstanciales rivales del Albo han regado las amarronadas canchas del Ascenso (“La concha de tu madre All Boys…”), por caso, se ha convertido en una referencia ineludible a la hora de expresar desagrado ante la presencia del Blanco de Floresta. Inclusive, en el mundo virtual, se ha convertido en la sigla LCDTMAB. Googléenla y verán.

Ese cantito no me molesta. Así como muchas expresiones despectivas terminan siendo fagocitadas y resignificadas por sus destinatarios (¿cuántos hinchas de Boca se autodenominan, con orgullo, bosteros; cuántos hinchas de River se autodenominan, con orgullo, gallinas?), el LCDTMAB no me duele para nada. Hasta me divierte pensar que ese oldie del repertorio del Ascenso empieza a convertirse en un hit del repertorio de Primera División.

Además, esa no se la cantan a ningún otro club. No me consta que a los de Ferro le espeten “La concha de tu mandre Oé” (por Oeste), ni que a los rosarinos les apunten un “La concha de tu madre Ñuls” (por Newell’s). Esa sólo la conocen quienes han sufrido el calvario de enfrentarse al Albo.

Lo que no he podido identificar es la melodía original de LCDTMAB, que en las canchas también suele usarse cuando los hinchas quieren linchar a sus propios dirigentes, con la letra: “… va a salir campeón,/ … va a salir campeón,/ el día en que se vayan todos los hijos de puta de la comisión”.

Si algún lector identifica el origen de la melodía, el Álbum Blanco será generoso para adjetivar el aporte.