sábado, 8 de octubre de 2011

Córnea y corazón

(“No lo soñé; los ojos ciegos bien abiertos…”)
Indio Solari, Redonditos de Ricota.

Vi mi límite. O mejor dicho, no lo vi.

El primer gol que Juan Carlos Ferreyra le hizo a Arsenal me llevó a cuestionar mi propia percepción, pero también mi propia integridad. Es que no me pareció mano. Escuchaba la condena unánime, veía cada reiteración por TV, y a pesar de que todos decían notar con claridad que el vasto delantero del Albo había empujado la pelota con la mano, yo no coincidía. ¿El corazón me estaba tapando los ojos? Para mí, no había sido mano.

Hasta que cierta repetición, desde otro ángulo, venció la ceguera; esa ceguera, al menos. Sí, había sido mano. Ouch. Mano indudable, si se la observaba desde el nuevo punto de vista.

Duelen los papelones. Primero, pensé que este papelón no había sido una derrota óptica, sino una derrota espiritual: inferí que quien me había vencido había sido mi propio deseo de hincha, mi propia necesidad –no equitativa, no imparcial, no desinteresada– de que el gol fuera legítimo.

Pero después cambié de opinión. Y preferí considerar que mi error había sido un fenómeno óptico, nomás. Maldito astigmatismo, malditos anteojos. Es mejor sospechar arritmias en las córneas, que acusar de chicato al corazón.