martes, 11 de agosto de 2009

Yo fui miembro del clan Süller

Los chicos –bueno, no todos; pero sí muchos– hacen algo de lo que no son capaces ni Lionel Messi ni Víctor Hugo Morales: jugar y relatar fútbol al mismo tiempo. Llevan la pelota en la plaza y al mismo tiempo van relatando: “Pelota para Maradona, arranca el genio del fútbol mundial…” Y cada niño elige qué jugador “ser”, en esa ficción de fútbol relatado. El niño hincha de River dirá “la lleva Ortega”, el niño hincha del Chelsea dirá (en inglés) “la lleva Drogba”, el niño hincha del Al Ain de Emiratos Árabes dirá (en árabe) “la lleva Sand” y el niño hincha de All Boys dice “la lleva el Chino Zárate”.

Jugando a ese mismo juego, seguramente yo, o alguno de mis hermanos menores Fernando o Juan Manuel, o acaso mi amigo y ¿ex? simpatizante albo Adrián Felcman habremos dicho alguna vez “la lleva Süller” en algún patio de Floresta.

Claro, cualquier hincha de All Boys sabe que me refiero a Marcelo Süller; hermano de los astros televisivos Silvia Süller y Guido Süller.

Marcelo Hugo (¡como Tinelli!) Süller fue un producto genuino de las inferiores de All Boys en la época de Alfonsín. Defendió la camiseta del Blanco, digamos, entre 1989 y 1993. Era un volante ofensivo encarador, diría un nueve-diez. Y, atención, jugaba bien. Hacía goles. Era de mis jugadores favoritos del Albo en aquel momento, y hasta integró mis equipos de ficción, en tiempos en que no existía la PlayStation pero sí otras analogías inalámbricas.

Probablemente hasta fue la figura del equipo y llevó la camiseta 10 en alguno de los torneos previos al ascenso al Nacional B del ‘92/’93. De hecho integró aquel equipo campeón, aunque sospecho que ni jugó, o jugó algún minuto.

Süller tuvo problemas aún antes que Jorge Rial, Lucho Avilés o Luis Ventura conocieran su apellido. La leyenda dice que cuando estaba pasando su mejor momento en All Boys, le tocó sumarse al servicio militar, entonces obligatorio. Hubo intentos de prórroga, y creo que hasta jugó algún partido con un rapado-colimba.

Con o sin culpa de las Fuerzas Armadas, la joven figura del Albo se deshilachó. Parece que anduvo años después en Almagro, en Comunicaciones, en Armenio, vaya a saber: ya no era joven promesa, ya no era promesa, ya no era joven.

Para ese entonces, su hermana Silvia se hacía conocida en la TV por ser secretaria y novia del veterano animador Silvio Soldán. Una noche –lo recuerdo– la pareja Soldán-Süller estaba de invitada en el sketch televisivo “El Contra”, del comediante Juan Carlos Calabró, quien presumía de ser hincha de Villa Dálmine y de conocer algo del Ascenso. Calabró le preguntó a Silvia: “¿Y tu hermanito, sigue jugando en All Boys?” Escuché ese diálogo y crucé miradas (de hinchas del Blanco cómplices) con mi viejo, con mi abuelo, con cuanto Aguirre estuviera presente en esa mesa. No lo busqué, pero me la juego que en YouTube no se consigue.

Luego fue director técnico, y luego papeloneó en la tele de las 14 horas, ya como “hermano de…” Eso yo ya no lo vi, por suerte. Prefiero quedarme con el recuerdo del otro Marcelo Süller, el que hace veinte años trepaba gambeteando por la banda derecha del Albo y era un aspirante a crack de la Primera B.

5 comentarios:

  1. Marcelo Hugo Suller se quebró una infausta tarde santiagueña, contra un penoso equipo (del que nunca me acordaré si se llamaba Guemes o Mitre, y tal vez sea mejor así). All Boys ganaba con baile, y eso le permitía acceder a la final por el ascenso (que finalmente obtuvo Laferrere, en aquel desempate por penales en cancha de Huracán). A mitad del segundo tiempo, ubicado en posición de 10 en el campo de All Boys (contra el sector donde estábamos los hinchas, que éramos unos 800, ¿o la memoria distorsiona los recuerdos?), un rival corrió más de 20 metros, cuando la jugada pasaba por otro lado, sólo para pegarle rastreramente una patada tremenda, descalificadora, escalofriante. A espaldas del Gordo Trechuelo, un árbitro de medio pelo que normalmente nos caía simpático (eufemismo para admitir que con él teníamos siempre un plus), pero de frente a Fito Párez (después linesman de primera división durante muchos años), que vio la situación y se hizo el olímpico pelotudo para que la jugada -criminal por donde se mire- no tuviera castigo alguno. Es más: hasta hubo un par de jugadores santiagueños que corrieron a levantar a Suller, gladiador caído en combate, con el pretexto de que se había tirado para hacer tiempo (en realidad, les hubiera convenido. ¡Hasta les hizo un gol Meza, un ex Mataderos voluntarioso pero irremisiblemente peleado con el arco). El santiagueño asesino (seguramente policía de algún régimen político local, criminal asalariado, personero infame de algún torturador reconocido) salió impune de su acto vandálico. Suller nunca volvió a ser el que era: cuando reapareció, había engrosado su cintura, dosificado su talento y perdido su pisada copperfiliana, en la que mostraba como un holograma una pelota que el rival nunca podía encontrar.
    Mi única modesta venganza fue insultar cara a cara todo el viaje aéreo de regreso a Buenos Aires a esa lacra ignominiosa llamada Páez. El propio padre de Suller, con la grandeza que Páez jamás tendría, me pidió que apaciguara el nivel de mis improperios, que obviamente, alteraban la paz del avión y atenuaban la euforia de la victoria. Trechuelo prácticamente imploró para que volviera a mi cordura. Páez miraba con ojos mansos: creo que comprendía que lo estaba esperando un castigo celestial, y que más temprano que tarde debería levantar esa factura.
    Pero la cordura era un don imposible de mantener, o de conseguir: se había quebrado una ilusión para siempre. No la del ascenso, o por decir mejor, no sólo la del ascenso. Sino la de seguir disfrutando de nuestroa pequeña deidad, aquel Maradona doméstico del que estábamos tan orgullosos, en una categoría que nos quedaba chica de sisa y en la que habríamos de permanecer algunos campeonatos más.

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  2. Gracias Norberto por las memorias, documento invaluable, casi equivalente a esas cartas manuscritas del General San Martín que Terragno y otros historiadores descubren cada tanto!
    A partir de tu indicio, me pregunto si aquel penoso equipo ante el cual se lesionó Süller no era 9 de Julio, de Santiago?
    De ser así, recuerdo haber escuchado una por radio la también penosa cobertura de ese partido (ganó All Boys de visitante, tal vez 3-2, o hasta 4-3), en la que había "un enviado" a Santiago, que anunciaba los goles de a varios. "Hay novedades en Santiago, tres goles", dijo ese cronista con total desapego por la salud cardíaca de los hinchas del Albo que no habíamos viajado al Norte. Sospecho que aún ni existían las transmisiones de Claudio Sintes.
    Insisto, gracias Norberto por honrar la (des)memoria de Marcelo Süller, ese protocrack que en Floresta no debemos olvidar.

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  3. Querido Javier:

    All Boys ese año jugó los cuartos de final contra 9 de Julio de Rafaela. Perdió 1 a 0 de visitante contra un equipo muy modesto (la revancha en Floresta fue 3 a 1). El árbitro era un afeminado que se llamaba Alvarez de Toledo (no digo afeminado en términos peyorativos, el tipo era puto nomás, con todas las de la ley). Pertenece a una familia patricia: un rara avis en el fútbol, ya que seguramente había nacido para arbitrar hockey sobre patines femenino o en el mejor de los casos, rubgy en la zona Norte del conurbano (a propósito: cuando era más chico, la palabra conurbano no existía. Sólo se decía "Gran Buenos Aires"). Ya envidiaría semejante personaje Daniel Roncoli para sus narraciones biografiadas.
    Hace poco (el día que empatamos con Atlético a a 1) volví a pasar por la cancha de "la 9", me ubiqué mentalmente en el lugar desde donde vi ese partido, y por enésima vez rumié mi fastidio contra la componenda que impide que los hinchas puedan volver a vivir un partido de visitante.
    Enrollados en las peleas por la caja, aunque la disfracen de combatir al monopolio, cuestionar a los multimedios y proponer nuevas leyes para la radiodifusión, este gobierno (como los anteriores, como los que vendrán) en nombre del sagrado fútbol manosean el único bien inembargable e imprescriptible: el hincha.
    En cuanto a Suller, el único Suller que registra mi memoria, en aquellos tiempos en que venían los padres y su sobrina Marilyn a verlo (la nena tendría 2 años), era efectivamente un crack. No sólo no existía Sintes: tampoco TyC, ni el registro constante de la actividad de las categorías del ascenso. Con suerte, Crónica.
    Un abrazo.

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  4. En Santiago ganamos 2 a 1. La retórica futbolera (un ejercicio onanístico y prescindible) hizo que soslayara lo único importante, que era el resultado. Suller dejó la cancha cuando faltaban unos 20 minutos y el equipo había hecho los dos cambios. Ganábamos 2 a 0 y estábamos para dos goles más. Ellos descontaron unos minutos después. Salú.

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  5. Insisto, invaluable la información. La última década, tecnología digital mediante, supone que todo quedará en la memoria universal para siempre. Todo, inclusive los bloopers de Cerdá del año pasado. Sin embargo, datos de los '80 y de los primeros '90, para no ir más lejos, resultan casi inaccesibles. Y es deber del hincha albo -y más aún del periodista albo, y del historiador albo, qué tanto- que este tipo de información no se pierda, sino que a lo sumo, se transforme.
    ¡Gracias de nuevo, Norberto, ojalá te tengamos más seguido aportando pinceladas de recuerdos, venenos y opiniones en el Álbum Blanco!

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