Desde hace una década y media decir “Ronaldo” entre futboleros es pensar en el calvo y panzón delantero brasileño que por el momento es el máximo goleador de la historia de los Mundiales. En los últimos años, “Ronaldo” pasó a ser apócope de Cristiano Ronaldo, el hábil, metrosexual y acaso vendehumo delantero portugués del Real Madrid.
Sin embargo, hace veinte años, decir “Ronaldo” en Floresta era pensar en otro delantero, también de habla portuguesa, también goleador: Ronaldo Da Silva.
Jugó en All Boys apenas una temporada, e integró una delantera –¡tres puntas!– que resultaba un canto al Mercosur: el uruguayo Edison Tavares, el argentino Jorge Rojas y el brasileño Ronaldo.
Tavares era hermano menor de Richard Tavares, aquel recio zaguero también oriental que desde el Albo pasara a Boca. Edison tenía rulitos rubios, parecía adicto a la Cindor, era físicamente pequeño, veloz, liviano, de gambeta larga, y terminó teniendo una larga carrera en el Ascenso.
Rojas, por su look, bien podía ser un hosco baterista de una banda de rock de la zona oeste del conurbano. Era un 9 de mirada fija, fugaces estalactitas de barba negra, norteñísimos ojos rasgados, y gran porte: seguramente, infligiría temor si viniera a la carrera directo hacia uno.
Ronaldo tenía una credencial que lo convertía en un potencial favorito: era negro, brasileño y delantero. Sin embargo, a pesar de tamaño prejuicio positivo, parecía resultar el menos valioso de los tres delanteros. Era lagunero, de tranco desganado, con poca tendencia a meter la pierna fuerte y con una capacidad técnica que perfectamente explicaba qué carajos estaba haciendo un 9 brasileño jugando en la Primera B de la Argentina.
Pero llega el párrafo que todo hincha del Albo espera: a pesar de que la temporada de Ronaldo en Floresta no había sido especialmente buena, su carrera quedó signada por un memorable triunfo por 2-1 sobre Nueva Chicago en 1989, en Vélez, donde él marcó los dos goles. Esa tarde se convirtió en un niño mimado, un fetiche al que se le perdona todo y cuya sola mención arranca sonrisas.
Ronaldo fue uno de esos jugadores del montón que sólo dejan de serlo una vez. En realidad, sólo durante un partido. Sólo durante quince minutos, los que hubo entre su primer gol a Chicago (¡placer!) y su segundo gol a Chicago (¡más placer!).
Nadie podrá decir que era un crack, pero tuvo –justo en un clásico– sus quince minutos de fama andywarholianos (un saludo para todos los hinchas de All Boys que disfruten del arte conceptual).
Y desde esa vez, para toda la eternidad, cada vez que alguien en Floresta recuerde a Ronaldo, lo hará diciendo: “No era bueno, pero…”
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Ese fue uno de los primeros partidos q sufri, disfrute, grite, salte y festeje a lo loco. Tenia 10 años, y pese a q voy a la cancha desde q naci, hay una edad donde uno entiende el juego, lo aprecia y disfruta el folklore aledaño.
ResponderEliminarRecuerdo 2 cosas:
* Las dos corridas del negro, las tengo grabadas como calco
* El calor!
Hacia un calor impresionante, tremendo. En el entretiempo mi viejo se sento en la tribuna (estabamos en la popu) y se quemo el culo... literalmente.
Cuando llegamos a casa, le habia quedado una marca, como si se hubiese apoyado una fuente salida del horno.
Digamos q ese partido esta grabado para siempre. En mi mente; y en el culo de mi viejo
Saludos!
Buen recuerdo, Matías, yo también a ese partido lo recuerdo como histórico, más allá de no haberme sentado en ningún asiento en ignición.
ResponderEliminarAbrazo y un brindis por Ronaldo!
JA