viernes, 2 de julio de 2010

El Otro Yo

Hay un mexicano que se llama igual que yo, Javier Aguirre. Tuve esa revelación durante el mítico Mundial de México ’86, cuando mi meta-tocayo (¿doblemente tocayo?) jugaba con la camiseta número 13 del seleccionado de su país, y yo era un niño que veía el torneo de la gloria maradoniana sentado en el piso de la casa de mi abuela Peri.

Ahora Javier Aguirre es el director técnico de México, y estos últimos días vecinos del 3-1 de la Selección en octavos fueron muy raros. Según los diarios y los noticieros, “Javier Aguirre afirmó que...”, y yo no recuerdo haber afirmado nada de eso. Según los enviados especiales a Sudáfrica de los canales deportivos, “el esquema de Javier Aguirre buscó detener a Messi...”, y yo juro que no tengo ningún esquema, y si lo tuviera, jamás lo usaría en perjuicio de Messi.

Hasta Maradona habló de mí: dijo que me había dado un gran abrazo y aseguró que habíamos ido a comer juntos, hace tiempo, en Madrid. No voy a tirarme contra Diego en pleno Mundial, a sólo 48 horas del cruce temible ante los alemanes, pero debo decir que el Diez miente. No tuve el gusto de conocerlo personalmente, ni de abrazarlo, ni de comer con él, ni en Madrid ni en ningún otro lado.

La invasión de Javier Aguirre sobre mi vida tiene muchos capítulos. He recibido decenas de correos electrónicos de incautos hinchas de fútbol de México y España --este muchacho dirigió al Atlético Madrid hasta hace unos meses-- que, según el resultado del domingo, me felicitan por las alegrías que no les di, me alientan para que siga así y yo no sé a qué se refieren, me piden que dé una oportunidad a cierto jugador al que no conozco, o hasta me putean (con insultos mexicanos incomprensibles y ricos en “chingas”, “pinches” y “chingadas”) por alguna decisión que yo no tomé. Claro, mi email no es un alias codificado del tipo ja_87capo-de.floresta@criptomail.com, sino un austero e inequívoco javieraguirre@hotmail.com. Bah, no tan inequívoco, a juzgar por la cantidad de mails ajenos que recibo.

Alguna vez tuve la tentación de contestar esos correos, con la misma crueldad de quien le sigue la corriente a un llamado telefónico equivocado, y replicar, con tono de Chavo del 8: “Pues sabes que ese Cuahutémoc es un burro adicto a las tortas de jamón y al zumo de tamarindo, y fíjate que si no lo pongo es porque se me antoja en las chamarrotas”. No lo hice. De esto nadie tiene la culpa, y conviene no sumar más confusión.

Lo peor es la corazonada de que este canoso entrenador mexicano no es el único Javier Aguirre que anda por ahí, usurpando mi identidad sin saberlo. Un repaso por las guías telefónicas de España, América Latina y cuantas colonias hayan tenido los españoles en Asia o África, podrían arrojar cifras estremecedoras (al menos, estremecedoras para mí, y quizás, también para el DT) sobre la cantidad de javieresaguirres que habitan el mundo. Es que tanto mi nombre de pila como mi apellido son bastante comunes: si tuviera un nombre aymara combinado con un apellido lituano, o si hubiera adoptado un seudónimo cool e irrepetible, probablemente sería más difícil la homonimia.

Pero ya es tarde; tendré que resignarme y afrontar con hidalguía el terrible drama de no poder googlearme a mí mismo.

Publicado originalmente en Página/12, con el título "Las alegrías que no les di".

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