martes, 23 de marzo de 2010

Piratas del Callao

Era enero de 1997, y estaba de iniciático y mochilero viaje por Perú y Bolivia, compartiendo sitios arqueológicos y juergas antológicas con amigos como el quemero Martín Correa, el racinguista Juan Pablo Rud y los nada futboleros Matías Pandolfi y Fiorella Kotsias. Pero el hincha de All Boys está siempre presente, y aún en plenas vacaciones, entre huellas españolas, incas y aymaras, me encontré siguiendo una pista alba.

El inmenso Pirata Adrián Czornomaz se había ido de All Boys hacía ya un año y medio, pero el recuerdo de sus 26 goles en Floresta permanecía muy presente en mi corazón blanco. Aún no existía Internet (no, al menos, para la gilada), pero sin embargo, de algún modo sabía que el Pirata estaba jugando en Universitario de Deportes, uno de los equipos grandes de Perú.

Para ese año, empezaba a imponerse el hábito marketinero de imprimir en las camisetas los nombres de los futbolistas, y se me ocurrió que conseguir la clásica casaca color crema de Universitario, con la leyenda “Czornomaz” en la espalda y el número 9, sería un modelo espectacular para lucir en las pasarelas del Islas Malvinas de Monte Castro.

Decidí hacer un rastrillaje por las casas de deportes de todo Lima. Nada. No había en toda la capital peruana una sola camiseta con el nombre del Pirata. Ni con el nombre de ningún otro jugador.

Hasta que en una galería oscura, en una especie de barrio de Once de Lima cuyo nombre nunca supe, di con una tienda en la que me ofrecieron imprimir a pedido el apellido en cuestión sobre la camiseta de Universitario. Era caro, perdería una mañana y no iba a ser un modelo original; pero igual acepté. Me cuidé de escribir yo mismo en un papel la palabra “CZORNOMAZ”, para evitar errores de tipeo, y a esperar 24 horas.

Al día siguiente, demoré a mis compañeros de viaje y volví al local a buscar mi trofeo. Malas noticias. El empleado me pidió disculpas, pero no había podido hacer la impresión: es que tenía en stock una sola letra “Z”, y “Czornomaz” es una de las pocas palabras del mundo que lleva dos zetas.

“Otra vez será”, pensé, sabiendo perfectamente que no iba a ser nunca.

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