sábado, 3 de diciembre de 2011

Aleta

Chan, chan.

A pesar de tanta patada y tanta brazada, a pesar de la fe en que, de un modo u otro, vamos a llegar a la orilla, de pronto un triangulito inequívoco aparece en el campo visual del hincha de All Boys. Es una aleta, la del tiburón blanco de la zona del descenso.

Chan-chan.

No es que no la conozcamos: en la temporada pasada, sin ir más lejos, nos anduvo oliendo la sangre de los talones casi hasta la última fecha. Seguimos en la élite, seguimos viviendo una fiesta –la perspectiva histórica tiene eso–, seguimos confiando en nuestros héroes, seguimos apostando a los recién llegados.

Chan-chan, chan-chan…

Pero la sucesión de malos partidos y la sensación de equipo cansado, exacerban el olfato del escualo. Es cierto que no estamos chapoteando solos, y que la carne de otros equipos con bajo promedio quizás le termine resultando tan o más tentadora que la nuestra a las fauces temidas. Qué poco solidaria es la lucha por mantener la categoría.

Chan-chan, chan-chan, chan-chan, chan-chan, chan-chan…

Los interrogantes quedan planteados. ¿De qué cuadro será Roy Scheider? ¿Le gustará el soccer a Steven Spielberg? ¿Habrá algún hincha de All Boys exiliado haciendo fuerza desde Amityville? ¿Una lavada de cara y un par de buenos refuerzos alcanzarán para zafar?

lunes, 7 de noviembre de 2011

Manual del hincha puteador

Estuve pensando en el ejercicio de la puteada en los hinchas de fútbol. Tendrá que ver, seguramente, el andar no demasiado satisfactorio del Albo en esta campaña en Primera (¡en Primera! ¡Vamos, All Boys, carajo!), que lleva a algunos hinchas a sobreactuar un poco.

Hay muchos lugares comunes en torno a la puteada en situación de cancha; como plantear que funciona como catarsis para las frustraciones de la vida extrafutbolística, o como inferir que es un legítimo derecho de quien paga la entrada.

Yo tengo dos observaciones al respecto. La primera, es que los insultos en la cancha me han prodigado momentos de hilaridad extrema, de esos cuyo mero recuerdo compartido lleva a llorar literalmente de risa. Podría enumerar insultos de cancha inolvidables con mis hermanos Fernando y Juan Manuel, o con mis amigos Adrián Felcman, Leonel D’Agostino, Martín Correa, Leandro Barril; no sólo viendo a All Boys; también a River, a Ferro, a la Selección.

La segunda observación es de índole moral: no todos los insultos son válidos. No me refiero a la naturaleza del insulto en sí –desde ya, el Álbum Blanco repudia las expresiones discriminatorias, racistas–; sino a sus destinatarios. Hay formas de insultar sin dejar de ser una buena persona.

No acepto nunca el insulto a la tropa propia: jugadores, entrenadores, dirigentes de All Boys. Salvo situaciones muy groseras –gesto agraviante hacia la tribuna, por caso– no se debe insultar a quienes nos representan con la camiseta blanca. Podemos reprobar un pase mal hecho, un gol perdido, o un cambio con el que no coincidimos, pero no puteando. El recurso de la puteada, para que valga, tiene que ser mezquino, escaso, ocasional. No hay puteada más intrascendente que la de los bocasucias seriales soft onda Enrique Pinti.

Acepto sólo a veces el insulto al rival: jugadores, técnicos o hinchas. Me parece digno únicamente cuando han cometido una deslealtad grave; como un codazo o planchazo; o como –otra vez– un gesto soez a la tribuna. Jamás putearía a un rival porque nos hizo un golazo. A veces hay que saber cómersela doblada.

Acepto casi siempre el insulto a la autoridad. Los latrocinios arbitrales y –salvando las distancias– las barbaridades policiales son desencadenantes de genuina furia en el corazón. La máxima martinfierrista “Hacete amigo del juez” no sirve en la cancha; nunca hicimos amistades.

Hay otros destinatarios posibles del insulto futbolero, claro. Se trata de insultar a “los de arriba”: cúpula de la Afa, gobernantes nacionales, Dios. Resulta curioso que cuando se los insulta, por lo general, es por una buena razón.

sábado, 8 de octubre de 2011

Córnea y corazón

(“No lo soñé; los ojos ciegos bien abiertos…”)
Indio Solari, Redonditos de Ricota.

Vi mi límite. O mejor dicho, no lo vi.

El primer gol que Juan Carlos Ferreyra le hizo a Arsenal me llevó a cuestionar mi propia percepción, pero también mi propia integridad. Es que no me pareció mano. Escuchaba la condena unánime, veía cada reiteración por TV, y a pesar de que todos decían notar con claridad que el vasto delantero del Albo había empujado la pelota con la mano, yo no coincidía. ¿El corazón me estaba tapando los ojos? Para mí, no había sido mano.

Hasta que cierta repetición, desde otro ángulo, venció la ceguera; esa ceguera, al menos. Sí, había sido mano. Ouch. Mano indudable, si se la observaba desde el nuevo punto de vista.

Duelen los papelones. Primero, pensé que este papelón no había sido una derrota óptica, sino una derrota espiritual: inferí que quien me había vencido había sido mi propio deseo de hincha, mi propia necesidad –no equitativa, no imparcial, no desinteresada– de que el gol fuera legítimo.

Pero después cambié de opinión. Y preferí considerar que mi error había sido un fenómeno óptico, nomás. Maldito astigmatismo, malditos anteojos. Es mejor sospechar arritmias en las córneas, que acusar de chicato al corazón.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Lluvia de mierda

Bueno, nos comimos seis en Mendoza. A veces pasa.

Ahí estará la estadística, para evocar algunas lejanas goleadas cortesía de Quilmes, Boca… Yo siempre recuerdo –porque me tocó estar en la cancha– un 0-5 contra San Martín en San Juan; y otros 5 que nos hizo Italiano en Floresta (según creo –no pienso googlearlo–, con un festival del Mutante Silverio Penayo y del Tano Piersimone). No son recuerdos lindos. No es un día para recuerdos lindos.

No creo que ayude demasiado el espíritu de puteada indiscriminada que suele estar ahí, tan a mano, en estos casos. Más allá de las dudas por los refuerzos, y de los malos momentos de algunos de nuestros héroes del último lustro, mejor no empezar a pedir cambios drásticos. Me conformo con confiar en que, cuando el Albo recupere a Agustín Torassa y a Hugo Barrientos, las cosas van a estar mejor. De todos modos, confieso: desde que salimos campeones de la B Metro en el 2008, yo nunca solté la calculadora.

Pero para ponernos cerebrales hay tiempo. Ahora es momento de ponernos hielo en los ojos morados que nos quedaron desde ayer. En los seis ojos morados.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Era neCesáreo

El mal arbitraje de Jorge Baliño en la derrota del Albo ante Rafaela me dejó un enojo, una paranoia y una pregunta.

Primero, el enojo. Es puntual (aunque no por un solo punto, sino por varios; casi una línea de puntos). Que lo lesionaron a Agustín Torassa y Baliño ni sancionó infracción. Que la cantidad de fouls discutibles cobrados en beneficio del delantero rival Darío Gandín sólo se justifican si Baliño lo tiene en el Gran DT. Que uno de esos fouls discutibles terminó en el gol del triunfo de los rafaelinos (hasta Clarín discutió el tiro libre). En fin, el consuelo que me queda es que Baliño, gracias a su apellido, debe haber tenido una infancia muy difícil, con tantas burlas sufridas en la escuela primaria, que debe haber quedado con un trauma que lo lleva a ejercer injusticias y crueldades. Como diría Nelson: “Baliño, ha-ha”.

Segundo, la paranoia. Es comprensible, de ningún modo luce como un X-File situado en Floresta. Tiene que ver con la enérgica (y muy pública) oposición de Roberto Bugallo a los cambios en los torneos de Afa. ¿Acaso los arbitrajes empezarán, como quien no quiere la cosa, a pasarle facturas a All Boys por la firme postura del presidente del club en contra de un proyecto del oficialismo futbolístico? Auch.

Tercero, la pregunta. Es panorámica, trasciende la coyuntura. ¿Puede un hincha sentir hacia los árbitros algo que no sea ira, desdén, desprecio ni ningún sentimiento negativo? ¿Sería normal que en la tribuna se experimente hacia un referí gratitud, admiración, respeto o cualquier sentimiento positivo? Infiero que la respuesta es negativa. Casi con vergüenza –cívica, no deportiva– admito que nunca tuve sentimientos nobles hacia un árbitro. O casi nunca; en realidad, hubo un caso.

Cesáreo Ronzitti fue árbitro entre los ’80 y los ’90. Cada vez que era designado para dirigir un partido del Albo, recuerdo que en Floresta había cierta sensación de alivio. Como decía, por entonces, el relator Pablo Ladaga: “Es ne-Cesáreo, Ronzitti”. No tengo estadísticas, aunque sé perfectamente que Ronzitti dirigió aquel inolvidable partido de 1993 en el que el Albo venció a Defensores de Belgrano, en Ferro, y consiguió el título de la B Metropolitana.

No creo que Cesáreo fuera hincha de All Boys. Nunca escuché nada que manchara su honor deportivo. No se han sedimentado en mi memoria anécdotas sobre fallos polémicos, ni a favor, ni en contra del Blanco. Pero sí recuerdo que el nombre de Cesáreo Ronzitti no generaba en el espinazo de los hinchas ese escalofrío maligno que suele acompañar la sola mención de apellidos arbitrales como Sliwa, Marconi, Bongianinno, Abal… O como, en adelante, Baliño. Malvenido al club.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Constant concept

(“En el fondo, siempre fui un freak…”)
Roberto Musso, El Cuarteto de Nos.

No sé si está bien lo que voy a contar. No, al menos, ante los ojos del arte. Comprensible, quizás, ante los ojos del fútbol.

Tuve la suerte de presenciar una performance-intervención, Instantes festivos, a cargo de la dupla de artistas plásticas Paula Pinedo/Gabriela Muollo.

No voy a contar en qué consistía la obra, pero sí que las performers llevaban unas máscaras blancas. Y que de pronto, acaso hechizado por el espíritu hipnótico de la experiencia, casi en la frontera de la vigilia y el sueño (un saludo a los lectores del Álbum Blanco que gusten del surrealismo), empecé a advertir que una de las máscaras me sonaba familiar: un rostro sereno, una frente enorme, una mirada insondable, una mandíbula cuadrangular… ¡Eduardo Domínguez! ¡La máscara de una de las artistas era notablemente parecida al rostro del gran zaguero central de All Boys!

Cualquiera, sí. Pero sospecho que a más de un hincha del Albo le habrá pasado alguna vez algo parecido, como creer ver a Cristian Vella en la multitud de Florida y Corrientes, o a Matías Pérez García como extra en una película de cowboys.

Cualquiera, sí. Así son los espejismos. Así somos los hinchas.

domingo, 31 de julio de 2011

Temporada 2011/2012: antes del diario del lunes

A falta de goles propios que celebrar, en el receso uno celebra las incorporaciones en el plantel; así como, a falta de goles rivales que sufrir, en el receso uno sufre las bajas en el plantel.

Claro; una vez terminada la temporada, es fácil mirar atrás y decir: “Yo sabía que el Burrito Ortega estaba terminado”. O golpearse el pecho: “Yo sabía que Manu Gigliotti, otra vez, la iba a romper con la camiseta de All Boys”.

Por eso, como ya es costumbre, el Álbum Blanco pone la cara y opina ahora, a lo bonzo, sobre la conformación del plantel para la temporada 2011/2012.

Primero, los adioses. El alejamiento del enorme Emmanuel Gigliotti, acaso previsible, va a doler: goles son amores. Y el de Carlos Casteglione, a pesar de sus lesiones, también: con él en cancha, el Albo siempre tuvo solidez. Las demás partidas… bueno, no parecen ser demasiado importantes, acaso con las excepciones de Ariel Zárate, Carlos Madeo, Marcelo Vieytes –en los tres casos, por razones deportivas y afectivas–, y también de Sebastián Grazzini, a quien, si acabamos de decir que goles son amores, hay que reconocerle sus gritos contra Vélez, Tigre y Estudiantes.

Ahora, las bienvenidas. Los regresos de Matías Pérez García y de Darío Stefanatto, evidentemente, nos alegran; aunque el 10 ya probó su valía en Primera y augura más certezas que el 5, quien jugó poco en Estudiantes y genera cierta incógnita sobre si podrá imponerse en la élite.

Las demás incorporaciones parecen ser, apenas, apuestas bienintencionadas. Lo es el retorno del mediapunta Hugo Bargas, saludable por el hecho de reafirmar la política de regresos, pero que no implica jugar a seguro. Parece pillo haber traído al veterano mediocampista Martín Zapata. Da un poquito de miedo el zaguero Facundo Quiroga, que tiene un currículum importante (Selección, Europa), pero con bloopers recientes (River, Huracán). Todo para ganar y nada que perder tienen los delanteros Juan Carlos Ferreyra y Carlos Salom, el defensor Maximiliano Coronel, el arquero Bernardo Leyenda y el enganche Patricio Pérez: nadie espera que sean figuras.

El gran acierto de Roberto Bugallo y la dirigencia es, otra vez, haber mantenido el grueso del plantel que viene de conquista en conquista desde hace cuatro años, así como la conducción, a cargo de Pepe Romero. Y el gran acierto de los hinchas será revalidar el respaldo a cada jugador que lleve la camiseta del club.

sábado, 23 de julio de 2011

Floresta: Barrio Chino (y Siberiano)

En estos tiempos dulces, el receso es doloroso para los hinchas de All Boys. Y mientras esperamos, como ansiosas colegialas frente al teléfono, cada dato sobre los jugadores que renuevan sus contratos o se suman al plantel, no está mal aplaudir un poco.

Primeros aplausos, para los notables comuñes de papel creados por el hábil albo Matías Rodríguez, un homenaje papirofléxico al plantel (con Pepe Romero y Roberto Bugallo incluidos) que nos permitió conservar la categoría en Primera. Para imprimir, recortar y armar. ¡Origami de barrio!

Los aplausos que siguen –nos vamos poniendo serios– son para tres héroes que dejaron el plantel de All Boys después de cuatro temporadas inolvidables.

Uno es el Querido Negro Marcelo Vieytes, cuya cabriola en Arroyito por siempre nos dilatará los poros de los brazos a todos los hinchas del Albo, y que ya protagonizó una página del Álbum Blanco.

El segundo es Ariel Zárate, quien dejó el fútbol y permanece en el club como mánager. Acaso por su veteranía, sus dos temporadas en el Nacional B y su último acto, en Primera, no lograron mostrarlo en el nivel con el que nos compró a todos los hinchas en el título obtenido en la B Metropolitana del 2008. En aquel torneo, no lo dudo, se convirtió en el mejor 10 que vi con la camiseta de All Boys. Armador, goleador, líder y jugador indispensable, Zárate estuvo a la altura de Alberto Pascutti y fue la cara de aquel equipo campeón. Gracias, Chino, por hacernos felices tantas veces.

El aplauso final es para el entrañable Carlos Madeo, acaso uno de los zagueros del Blanco que más me emocionó en la historia. Cuando llegó a Floresta lo creí un avatar de otro grande, Gustavo Minervino, pero finalmente Madeo construyó su propia gloria, a fuerza de jugarse el epitelio craneal en cada pelota.

Como hincha, pocas veces me sentí tan seguro como cuando Carlitos estuvo en cancha. Generoso como un guardavidas, noble como un husky, desinteresado como un escudo humano, temerario como un suicida, Madeo no sólo fue parte de un campeonato, un ascenso y dos permanencias; sino que representó como nadie la idea del marcador central heroico, del defensor romántico, símbolo del rollingstoneano rescate emocional. Gracias, Siberiano, por salvarnos tantas veces.

viernes, 8 de julio de 2011

El hincha reaccionario

¿Traicionarías tus convicciones, en pos de favorecer a tu equipo de fútbol? Esta chicana ético-futbolera, esta –algo gansa– reflexión sobre los límites de la ilimitada pasión que despierta el cuadro del que uno es hincha, alguna vez ha sido olisqueada en el Álbum Blanco.

¿Hasta qué punto puede ser uno imparcial, justo y equilibrado en un ámbito como el deportivo; que pasa, precisamente, por la competencia, por imponerse por sobre el prójimo, por ganarse el rol de ganador o bien comerse doblada la función de perdedor?

El cacareado descenso de River parece haber sacudido algunas estructuras, y haber disparado debates sobre tres supuestos del fútbol argentino que, desde hace rato, sonaban como admitidos, sino como inmutables: Que la Promoción es apasionante. Que los promedios son injustos pero favorecen a los poderosos. Y que Julio Grondona será el presidente de Afa por toda la eternidad.


Ahí está la Promoción, que enfrenta a uno que está arriba, que tiene todo para perder y que goza de ventaja deportiva; con otro que está abajo, que tiene todo para ganar, y que empieza perdiendo 1 a 0. Y que aún así, brinda mayor “movilidad social” entre una división y otra, aún cuando enfrenta a davides y goliates. Nada que discutir.

Ahí están los promedios, que si bien exigen que los clubes recién ascendidos paguen cierto derecho de piso matemático, otorgan cierto blindaje ante circunstanciales malas rachas, y premian y castigan aquello tan pedido como los procesos a largo plazo. Nada que discutir.

Y ahí está Julio Grondona, cuyo mandato en la AFA empezó en 1979 (ha sobrevivido a los de Videla, Viola, Galtieri, Bignone, Alfonsín, Menem, De la Rúa, Puerta, Rodríguez Saá, Caamaño, Duhalde, Kirchner, Fernández de Kirchner… ¿siguen las firmas?), y desde entonces ha cosechado toda clase de denuncias sobre complicidades, sobre manejos poco claros con el sector privado y con el Estado, sobre problemas crónicos de seguridad en las canchas... ¿Nada que discutir?

A todo esto, el Albo vive el momento más feliz de su historia. En términos futbolísticos, en Floresta nunca nos sentimos tan felices como hoy. ¿Y qué debería pensar el hincha de All Boys, entonces, en este contexto de sana euforia particular, y encarnizado debate general?

La buena relación entre Grondona y el presidente del Albo, (¡todos de pie en Floresta!) Roberto Bugallo, es un dato a considerar. Este presente maravilloso del club, es otro dato a considerar.

Si al Álbum Blanco, le dan a elegir entre conservadores y revolucionarios, seguramente elegirá la opción B. Está muy bueno cambiar para bien, crecer, progresar. Aunque esta vez es más difícil: este momento es tan lindo, que mejorarlo todavía más, no debe ser fácil.

No vamos a decir, “aguante Grondona”, claro. ¿Pero será muy mezquino postergar por un tiempito la revolución?

viernes, 24 de junio de 2011

Pepe Romero, DT de alta gama

Desde que José Santos Romero asumió como DT de All Boys, hace cuatro temporadas y pico, el club vivió una curva tan violentamente ascendente que, en términos futbolísticos, cambió todos los paradigmas en Floresta.

Es muy tentador rendirse a todo lo pintoresco que supone Pepe; la velada sorna de llamarlo “el Alex Ferguson de Floresta”, el rubor tierno de verlo tocando el acordeón por TV, la tolerancia forzosa de esperarlo todo el tiempo del mundo para que haga los cambios, la balsámica calma de escucharlo hablar como si nunca hubiera nada de lo que preocuparse.

La tradición nos ha hecho llegar sus glorias (truncas por lesión) como jugador del Albo. Nuestros propios ojos han constatado sus glorias intruncables como DT: conseguir dos ascensos en tres años, mantener la categoría en Primera y con el plus épico de llevarse puestos a grandes (Boca, River, Independiente) y encumbrados (Vélez, Estudiantes).

Valoro también la racional curva estética que los distintos All Boys de José Romero fueron teniendo según los saltos de categoría. En aquel campeonazo de la B Metropolitana 2007/08 gozamos lujos y fútbol delicioso. En las dos temporadas en el Nacional B vimos la sabia elasticidad de ir al frente en Floresta, pero tener cautela en las bocas de lobo del Interior sin televisación. Y en Primera División, adoptamos una bravura ganadora en todas las canchas, sin regalar nada en ninguna cancha.

Aún así, el gran público futbolero, que sólo vio al equipo de Pepe en su modelo de Primera, se ha cansado de decirnos: “Juega bien All Boys, eh”. Y sí, juega bien. Nunca le sobró nada –fue el equipo menos goleador del Clausura 2011, y el que tuvo más expulsiones–, pero su entrenador supo aprovechar los recursos como un administrador notable.

Y ahí está Pepe, con la mano en la pera: es el antónimo de esos entrenadores que se pasan la vida arrancándose el pelo, maldiciendo el universo y entregando sobreactuadas escenas de Oscar cada vez que hay una cámara.

Su continuidad es una gran noticia. Qué pena no usar sombrero: sería un buen momento para sacárselo y rendir pleitesía a Pepe Romero.

lunes, 13 de junio de 2011

Afortunado en el juego… y en el amor

La vida no es sencilla. Cada ítem de la existencia puede deparar obstáculos, problemas, golpes. Pasa con la salud, con el dinero, con el amor. Ahí llegan la injusticia, la inequidad, la falta de oportunidades, el azar. Ahí vienen el catarro, las cenizas volcánicas, el ABL, las peleas de pareja. Ahí están la Policía, la soledad, las políticas de Washington, el colesterol, el hampa, las discusiones familiares. Ahí surgen las corporaciones, los accidentes viales, la pérdida de cabello, la contaminación de las napas, los virus informáticos, los plomeros abusivos, los amigos que se alejan. Ahí aparecen el terrorismo de Estado, la crisis de los hospitales, el analfabetismo, la desocupación, la mortandad infantil, la corrupción sindical.

Sufrimos (y vemos como otros sufren). Aún la persona más optimista y feliz tiene dificultades; la vida tiene carne sabrosa, pero sus huesos son siempre duros de roer… y nuestros dientes no son los de un roedor.

Por todo eso, valorar las alegrías –cuando están– es siempre inteligente. Y con ese criterio, habiéndose concretado la permanencia de All Boys en Primera, es justo agradecerle a un grupo de tipos: Roberto Bugallo, José Santos Romero, Nicolás Cambiasso, Fernando Sánchez, Carlos Madeo, Cristian Vella, Carlos Soto, Armando Panceri, Ariel Zárate, Agustín Torassa, Emmanuel Gigliotti, Mauro Matos, Juan Pablo Rodríguez, Eduardo Domínguez, Hugo Barrientos, Matías Pérez García, Jonathan Ferrari, Carlos Casteglione…

Ellos nos han dado a los hinchas de All Boys una alegría premium. El Álbum Blanco honra a sus héroes.

miércoles, 8 de junio de 2011

Delirios de grandeza

Nunca pensé que me iba a sentir, de pronto, cerca de Callejeros. Pero la versión de su canción "Imposible" se convirtió en la banda de sonido clásica de la hinchada de All Boys en este notable trienio de doble ascenso que hemos vivido desde el 2008 para acá. Y me resulta imposible no asociarla a tantas alegrías -deportivas, barriales, poéticas- recientes.

"...Los pibes todos de la cabeza, en la plaza del barrio,
de gira, preparando el asado para verte a vos..."

Pero, acaso bajo las ínfulas del Día del Periodista, me veo obligado a admitir que siento algo raro, en la tribuna, toda vez que las voces blancas llegan a estos versos:

"...Y al fin va a decir la verdad el que escribe los diarios:
Que la más grande de todas es la banda de All Boys..."


Quizás mis trece años en Página/12 llevan a que, absurdamente, me sienta un poquito interpelado con eso de "el que escribe los diarios". O tal vez tiene que ver con aquello de la bonomía debida del hincha, que alguna vez se ha insinuado en el Álbum Blanco. Lo cierto es que, en honor a la verdad, aunque suene a herejía, y en nombre del rigor periodístico, me permito dudar de que la banda más grande de todas sea la de All Boys.

Ojo, que ningún panda fundamentalista me salte a la yugular: mis dudas surgen de la dificultad real para medir la grandeza de una hinchada de fútbol. ¿Cuál es el instrumento de medición para la grandeza del hincha? ¿Debe mensurársela a través de criterios cualitativos (como la creatividad al alentar, el rechazo a la violencia o la ausencia de amargura) o cuantitativos (como la invulnerabilidad a la disfonía, la cantidad de hinchas, las dimensiones de las banderas)?


No sé, pero con todas las hinchadas que hay en el mundo, me parece sospechoso que justo la más grande de todas sea la de mi equipo. Es estadísticamente improbable. Una mentira piadosa. O en todo caso, mi sensación, mi percepción, mi punto de vista; y no necesito que lo que yo siento sea legitimado por el periodismo.


Por eso, si "el que escribe los diarios" alguna vez sentenciara que la hinchada de All Boys es la más grande de todas, me permitiría dudar. Es una deformación profesional: con el rigor periodístico no se jode.

martes, 24 de mayo de 2011

La historia la escriben los que ganan


Caprichos de la liquidez y el metálico circulante: justo en la semana del primer aniversario del aquel histórico triunfo de All Boys ante Central, en Rosario, por la Promoción, cayó en mis manos un billete de 10 pesos que lucía una juguetona intervención futbolera.

Se trata de un sello, evidentemente manufacturado en algún rincón de Rosario, evidentemente manejado por algún hincha de Newell’s, que se mofa de Central con la leyenda que aquí se puede ver: “A la ‘B’ por ‘sin aliento’.”

Si bien implica ocasionar cierto daño a un bien público, intervenir billetes para convertirlos en soporte de algún tipo de mensaje que no es el monetario, es una práctica divertida y azarosa, ya que el recorrido y los destinatarios del mensaje en cuestión son imprevisibles: quizás ese billete salió –supongamos lo obvio– del Parque Independencia, y a partir de allí viajó –a caballito del consumo del mercado interno– por San Fernando del Valle de Catamarca, Olavarría, Trenque Lauquen, Ushuaia, La Quiaca (siempre van juntas), la Base Marambio, Hurlingham, Pico Truncado, Concordia, no sé dónde más, y finalmente arribó a Floresta. Más precisamente, a mis manos.

La única objeción es la imprecisión: Rosario Central no se fue al descenso por la falta de aliento que señala el anónimo autor de la intervención al billete; sino por los méritos de aquel Albo liderado por Pepe Romero y Roberto Bugallo, y conformado por Nicolás Cambiasso, Jonathan Ferrari, Cristian Vella, Carlos Madeo, Fernando Fayart, Carlos Soto, Armando Panceri, Marcelo Vieytes, Fernando Sánchez, Emanuel Perea, Lionel Coudannes, Ariel Zárate, Matías Pérez García, Agustín Torassa, Mauro Matos, Pablo Solchaga y Mariano Campodónico.

Ya lo gasté. La plata se vuela, la gloria se queda.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Año 1 D.C. (después de Central)



El lunes 23 de mayo se cumple un año del Rosariazo, Arroyitazo o como quieran llamarlo: la hazaña del Albo en el Gigante, el 3-0 que marcó el ascenso de All Boys a Primera y el descenso de Rosario Central (“in your face”, dirían en la NBA), con ventaja deportiva y todo, al Nacional B.

Y hay festejos en Floresta, por supuesto. Una fiesta, el mismo lunes, a las 20, en el club, para hinchas, socios, dirigentes, técnico y jugadores, en la que, además de celebrar y gozar el haber vivido (y el seguir viviendo) la historia grande del Albo, habrá una presentación: la del libro "La ilusión de Floresta", una compilación de relatos, reflexiones y poemas sobre este último y maravilloso trienio.

El libro fue editado por el Club Atlético All Boys, a partir de un generoso trabajo de producción y compilación de Fernando Kosiner y Fernando García, y entre los múltiples autores que participan hay dos que merecen el Nobel de Floresta: Nicolás Cambiasso, que escribe un aguafuerte sobre su infancia en el barrio, y Fernando Sánchez, cuya pluma austera emociona.

El Álbum Blanco tiene el honor de participar en el libro, con algunos textos aquí publicados, como La Pachamama es del Albo, Rosario nunca estuvo cerca, La vaca está volando, Andrés Calamaro: “All Boys está identificado con la corriente contraria que soporta el salmón”, San Sánchez, Estado de gracia (y de gracias), Lucha de clases y Vieytes: el soldado desconocido.

"La ilusión de Floresta" estará en venta en el club y en otros lugares, costará 20 pesos y su recaudación aportará al fútbol infantil.

El lunes, allí estaremos: viendo la historia con el carnet al día, y escribiéndola con el corazón.

viernes, 6 de mayo de 2011

Grandes apellidos albos: Oriente

Estos tiempos de vacas orondas y rollizas que se viven en Floresta (un saludo a Cristian Ogro Fabbiani) dan al sufridísimo pasado del hincha de All Boys un color indefendible y sepia, imposible y gris, irremplazable y negro, inasible y blanco.

El recuerdo de jugadores de esas épocas desérticas en cuanto alegrías redunda, en general, en que nos agarremos la cabeza: nos lleva a amar el presente, a despreciar el pasado y a desconfiar del futuro, como si fuéramos fundamentalistas del punk.

Y de golpe, sin argumentos válidos, dentro de mi cabeza aparece, yendo a correr un pelotazo que pica siempre mal en una cancha sin pasto, Eduardo Ángel Oriente, aquel delantero que vistiera la camiseta de All Boys quizás en 1989, quizás en 1990.

Cabezón, morocho, no muy hábil, no muy atlético, Oriente fue un tozudo delantero que vistió varias camisetas del Ascenso (Atlanta, Excursionistas, Comunicaciones, Argentino de Quilmes, Argentinos de Merlo), y que –según sospecho– no consiguió grandes hazañas en Floresta.

Sin embargo, su apellido amerita el recuerdo. No lo noté en su momento –ciertos puntos de vista sólo llegan con el tiempo–, pero llamarse “Oriente” constituye una tentación inmensa para el observador futbolero de lengua fácil y atención dispersa (entonces, yo no era así; ahora, me parece que sí).

¿Qué podría haberse dicho de Oriente?

¿Qué tenía sabiduría oriental para definir? ¿Que prefería los entrenamientos con meditación y yoga, al estilo de Orestes Katorosz? ¿Que cuando quedaba muy solo arriba, como único punta, era el “lejano Oriente”? ¿Que cuando, ya veterano, bajaba a volantear, era el “Oriente medio”? ¿Habrá existido en la historia del fútbol mundial, además de un club, algún jugador de apellido “Occidente”? La dupla Oriente-Occidente habría sido un verdadero choque de civilizaciones en el área rival.

El Álbum Blanco, siempre en los grandes temas.

miércoles, 27 de abril de 2011

All (Boys) you need is pop

“Puede que consiga olvidar,/
puede que consiga recordar,/”
o tal vez sea mejor así, nomás”
(Andrés Calamaro)

No todos los clips de entretiempo del Fútbol para Todos muestran logros gubernamentales, algunos presentan himnos o canciones dedicadas a los veinte equipos de Primera División. Llegó el turno de que Canal 7 le cante al Albo, y la sorpresa fue alta: la versión 2011 del “Himno de All Boys” fue interpretada por un bailarín y ex coreógrafo de Susana Giménez llamado Marcelo Iripino.

La mofa de los hinchas de otros equipos fue inmediata, y acaso, entendible. Pasado el impacto inicial, bien vale postergar lo postergable, la cuestión del pintoresco intérprete que nos ha tocado en suerte como representante del Albo en el disco ¿de próxima aparición? FM AFA volumen 2010/11. Y bien vale destacar lo destacable: la canción en sí.

La versión original del “Himno de All Boys” puede escucharse todas las noches, a las 23, ya que es la cortina del programa de radio “La hora de All Boys”. Y más de una vez ha sonado por los altoparlantes del Islas Malvinas.

Fue compuesta en 1955 por dos artistas con trayectoria en el tango: el maestro Guillermo Meres fue autor de la música, cuya cadencia deja un regusto tanto al “Hino Nacional Brasileiro” como a la cortina de presentación de “Cha Cha Cha, el estigma del Dr. Vaporeso”. Y el cantor Carlos Acuña fue quien escribió la letra, que tiene la nac&pop particularidad de traducir “All Boys” como “todos pibes” –a diferencia de otras interpretaciones existentes menos argentinas, como “todos muchachos”, “todos chicos” o “todos niños”–, y que dice:

“Se levanta orgulloso, para gloria de Floresta,
un equipo de campeones, todo vibra y corazón.
Son los albos, los que luchan defendiendo sus colores.
Y su hinchada los proclama entonando este cantar:
‘Vamo’ All Boys, dale All Boys’; dicen todos con gran emoción.
‘Vamo' All Boys, dale All Boys’, lo repiten con todo fervor.
Si ganamos o perdemos mantengamos alta nuestra tradición.
Todos pibes, gritaremos: ‘¡Viva All Boys, viva All Boys, viva All Boys!’”

En cuanto a Iripino… me lo cruzaba todos los días en Telefé cuando él todavía era líder del Cuerpo de Susanos, y yo todavía escribía –junto al quemero Martín Correa, el candombero Diego Núñez y el elfo Alejandro Nemi– guiones para “El Imbatible”, y nunca supe que era de All Boys. Lo que de ningún modo implica caer en el macartismo tribunero de preguntarle a Iripino si alguna vez fue a la cancha de Morón, o si sabe de qué jugaba Lorenzo Sáez. En fin, algo tendrá el Albo, que cada tanto te trae un hermanos Marquesi, o un chayanne de río...

Hubiera preferido que lo grabara Freddie Mercury, Andy Chango, no sé... debe haber unos cuantos en la lista antes que Iripino. Pero es justo decir que está bueno que exista una nueva versión, con una calidad de sonido mucho mejor que la que era tecnológicamente posible en 1955. Y que esta versión, tan pop, del “Himno de All Boys” también tiene su encanto: el encanto del pop, claro.

lunes, 18 de abril de 2011

Chapómetro


La promocionada llegada a All Boys de Ariel Ortega propuso un debate indispensable en los bares, los maxikioscos y –por qué no decirlo– las licorerías y las vinerías de Floresta. ¿Es el Burrito el jugador más famoso de todos los tiempos en vestir la camiseta del Blanco?


Probablemente, con su carácter de gran ídolo de River, sus tres mundiales jugados, el Burrito sea nomás la celebridad más célebre en lucir la camiseta de All Boys. Y con más razón, en esta época tan pródiga en experimentos periodísticos.


¿Quiénes seguirían a Ortega en esa virtual medición de chapas? Quizás Sergio Batista, campeón y subcampeón del mundo con la Selección. O el más nuestro, el Zurdo Néstor Fabbri, subcampeón mundial en Italia ’90, con paso por Boca, Racing y el fútbol europeo.


¿Y después? ¿Acaso Juan Barbas, el Turco Claudio García, José Luis Villarreal, Daniel Brailovsky, el Palomo Albeiro Usuriaga, el Monito Roberto Zárate, el Ogro Cristian Fabbiani?


Ir más atrás en el tiempo me resulta imposible. Y nada asegura que no me haya salteado a algún jugador reciente.


Entiéndase bien el reglamento: se trata del futbolista con más chapa, con más flashes, con más pergaminos, con más status de estrella pop; y no del mejor jugador, ni del más idolatrado, ni del que más ha rendido con la camiseta de All Boys. Este punto resulta evidente en el caso del Burrito, al menos hasta el momento. Y ojalá muy pronto este último comentario prescriba.

miércoles, 6 de abril de 2011

Cómo hacer para no ser un hijo de puta

Ejercer con dignidad la pasión de hincha de fútbol, y al mismo tiempo, mantenerse dentro de los cánones socialmente aceptados para lo que podría considerarse “ser una buena persona”, resulta difícil y exigente.

Muchas de las características más comunes, más folclóricas, del hincha futbolero argentino están severamente reñidas con la bonhomía.

Ni siquiera hablo de los indefendibles ejemplos de trazo grueso, como la violencia entre hinchas, el lanzamiento de objetos peligrosos a futbolistas o árbitros, o las expresiones xenófobas proferidas a simpatizantes y jugadores de otros equipos.

Hay otros aspectos del hincha de fútbol, menos evidentes, pero también muy deleznables.

En especial, la ingratitud: yo jamás podría insultar ferozmente ni pedir la horca para personas que me han hecho muy feliz. Por caso, algunos jugadores, técnicos o dirigentes. Sin embargo, cuando vienen las malas, ahí están los foros en la Internet en los que podemos leer palabras horribles, sanguinarias, abrasivas, de hinchas de All Boys dirigidas a símbolos y líderes de este histórico momento del Albo. Ojo, todo bien con la construcción desde el disenso y con el pensamiento crítico (un saludo a los estudiantes de filosofía y a Luis Majul), pero un poquito de gratitud y justicia poética nunca vienen mal.

Otro gran problema es la incoherencia. El mecanismo de esperar maravillas de alguien y, si esas maravillas no llegan, pasar a considerar un imbécil a ese alguien y a quienes lo trajeron, es trampa: omite que, antes de que los hechos se consumaran, uno mismo también confiaba. Y por extensión, omite que uno -con toda la buena fe del mundo- tropezó con la misma piedra que quienes trajeron al imbécil en cuestión.

¿Acaso, en nombre de la pasión, es válido ser una fiera impiadosa y temperamental?

Una de dos: o la condición de hincha de fútbol brinda una identidad paralela, la del típico hermano mellizo de las telenovelas que resulta un tremendo hijo de puta. O bien entre los hinchas de fútbol la proporción de hijos de puta es realmente alta.

lunes, 28 de marzo de 2011

A esto vinimos

En el blanco barco del Blanco, el pesimismo ya ha desplegado sus negras banderas; y la sensación de que estamos en el horno no nos la saca nadie.

A la hora de hablar sobre este torneo Clausura, el recurso periodístico de aportar datos puros y duros para fundamentar aquello que ya se sabe, vendría muy bien: 480 minutos sin hacer goles, 5 expulsados, 4 derrotas consecutivas, 2 autogoles, 1.153 de promedio, lo que equivale a estar en zona de Promoción, en una mesa con vista al descenso directo…

De todos modos, los datos puros y duros también pueden servir para no perder la compostura: aún no está nada dicho, All Boys depende de sí mismo, y con apenas un punto más no sólo igualaría a Olimpo en la tabla general, sino que automáticamente superaría a Huracán; y encima, definirá de local ante rivales directos como Gimnasia, Quilmes o Huracán.

No, no es momento para la fe ciega, sino para el pesimismo de quien tiene ojo de águila a la hora de mirar la tabla de posiciones.

Pero, por otro lado, la historia de All Boys en Primera –en los ’70, y también ahora– tiene exactamente el mismo sabor que todos en Floresta estamos degustando por estos días. Vivir un sueño… y estar hechos mierda. Darnos gustos como ganarles a River, Boca, Vélez, Independiente o Estudiantes… y recordar que no nos sobra nada justo a la hora definitoria. Gozar… y sufrir.

No me quejo. Me muerdo los dientes y supongo que disfruto. Finjo alegría. Para putear, tenemos toda la vida por delante. En cambio, para luchar, nos quedan sólo doce semanas. Todavía falta mucho sufrimiento, sí. Pero a eso vinimos.

viernes, 18 de marzo de 2011

Fayart, el insoportable

Jugar de marcador central en el fútbol profesional es uno de los trabajos en los que cierto tipo de crueldad –caballerosa, oportuna, medida– puede ser una virtud, como alguna vez ya se ha insinuado en el Álbum Blanco

Durante las tres temporadas y media en las que vistió la camiseta de All Boys, a Fernando Fayart nunca lo vi mezquinar a la hora de poner la pierna, a la hora de llevarse al mundo por delante, a la hora de demostrar que el amor propio termina siendo amor para el equipo.

Grandote, jetón, fuerte, difícil, feroz, el Turco Fayart ya estaba en el club desde antes del fabuloso sprint que comenzó en la temporada 2007/2008, que incluyó un campeonato y el ascenso que hoy tiene al Albo en Primera.

A pesar de que su apellido parecía una apelación al yerro poco auspiciosa para un zaguero –¡¿cuántas fallas y vacilaciones generaría una dupla entre Fayart y Emiliano Dudar?!–, y no obstante las dudas sobre su velocidad, Fernando de los Milagros fue un jugador clave en los logros del Blanco en el Ascenso.

Enorme en los partidos difíciles –como en la Promoción contra Rosario Central– y gigante en las dos áreas, Fayart integró junto a Carlos Madeo una de mis duplas favoritas de defensores centrales de All Boys de todos los tiempos.

Terminó de hechizarme de modo casual: hace un par de años, escuché en “La Gigante de All Boys” una entrevista veraniega a Darío Stefanatto, en la que el ex volante del Albo, en tono risueño, contaba anécdotas de los entrenamientos del equipo y no dudaba en definir a Fayart como “insoportable”.

In-so-por-ta-ble.

Nunca hablé personalmente con Fayart, pero la definición me pareció reveladora, y traté de intuir qué podía significar el adjetivo “insoportable” en este contexto: lo supuse hablador, fastidioso, arisco, bromista, agresivo, insistente, toqueteador, incansable, incapaz de dar por terminada una conversación… o una jugada.

Como esa crueldad selectiva, la insoportabilidad también suena a virtud en el caso de un zaguero central del Ascenso.

Hoy juega en Patronato, en el Nacional B, donde sigue siendo símbolo de guapeza y –probablemente– de insoportabilidad para compañeros y rivales. Ningún hincha de All Boys podrá decir que no lo extraña.

domingo, 13 de marzo de 2011

Rojas para todos

Carlos Soto y Emanuel Gigliotti contra Vélez, en la fecha 2. Juan Pablo Rodríguez contra Boca, en la fecha 3. Hugo Barrientos contra San Lorenzo, en la fecha 4. Eduardo Domínguez contra Olimpo, en la fecha 5. La lista de tarjetas color carmesí que ha sufrido el Albo en el último mes es más larga que la de cualquier equipo del campeonato. Podemos sumar, en esos mismos cinco partidos, a los que fueron suspendidos por acumulación de amarillas: Fernando Sánchez, Soto, Barrientos.

En las últimas cuatro fechas, desde el incidente Barrientos-Gio Moreno, y la posterior e injustificadísima demonización del mediocampista albo, los árbitros han dejado de lado cualquier sospecha de garantismo, y han juzgado a los jugadores de All Boys con una severidad propia de Torquemada y la Santa Inquisición. No vienen al caso mencionar los penales no cobrados contra San Lorenzo.

Hay en estos días en Floresta una preocupación bien deportiva: en el comienzo de este torneo Clausura, el que definirá permanencias y descensos, All Boys no está jugando bien, ni está convirtiendo goles, y su posición en la tabla de promedios empieza a ser inquietante.

Pero también hay otra preocupación que no tiene que ver con jugar bien o mal, ni con preguntar por qué juega un mediapunta y no otro. El temor de que el Blanco esté en una lista negra alfombrada de tarjetas amarillas y rojas.

sábado, 5 de marzo de 2011

¿Alegría inspiradora o tristeza inspiradora?

Me dolió mucho la derrota en Floresta ante San Lorenzo. Los detalles no me sirven para nada: el penal para All Boys no cobrado, el flojo partido del equipo, la esperable saña arbitral con Hugo Barrientos (cuatro tarjetas rojas para jugadores del Albo en tres partidos, desde el incidente con Gio Moreno; gracias Don Julio por hacer efectiva tan pronto su bajada de pulgar…), la conciencia de que los rivales ya no son Cambaceres ni Central Córdoba, en fin... Detalles, decía, que no me sirven para nada.

El enigma de las musas más de una vez ha llevado a preguntar qué estado de ánimo fertiliza mejor la inspiración: la tristeza o la alegría. ¿Es más prolífico aquel artista que la pasa mal, o aquel a quien la vida le sonríe?

El sinsabor de una derrota puede llenarnos el corazón de palabras: la búsqueda de culpables, la exteriorización de la ira, la búsqueda de consuelo por la pena, la confirmación de que en las malas te quiero igual.

La embriaguez de un triunfo también puede sembrar de verbos ese dúplex de cuatro ambientes que bombea sangre dentro del pecho: agradecer a los héroes, segregar la alegría, destacar los merecimientos, festejar que llegaron las buenas.

El equipo que terminó jugando contra San Lorenzo –tras los lesionados, los suspendidos, los remplazados– fue digno de la historia del Albo; bien propio del Ascenso: Nico Cambiasso, Cristian Vella, Carlos Madeo, Carlos Soto, Armando Panceri, Emmanuel Perea, Mauro Matos, Agustín Torassa; con Fernando Sánchez y Ariel Zárate al costado de la línea de cal, y con Pepe Romero en el banco. O sea, los responsables de las grandes alegrías de los últimos años. ¿Cómo no confiar en todos ellos en este momento de tristeza inspiradora?

lunes, 21 de febrero de 2011

Mala leche vs. mano dura: defensa de Barrientos

La lesión del crack de Racing, Gio Moreno, en el triunfo sobre All Boys por 1-0 en Floresta, disparó tal saña mediática contra el volante Hugo Barrientos que me resultó imposible omitir el tema en el Álbum Blanco.

A partir de la confirmación de que se trataba de una lesión severa, que dejaría al volante colombiano fuera de las canchas por varios meses, Barrientos se volvió receptor de la condena social más ruin que recuerde, en términos futboleros.

A pesar de que es evidente que Gio no se lesiona recibiendo un foul de Barrientos, sino cometiendo él una infracción contra el volante albo, los pedidos de mano dura vinieron de todos lados: desde mamarrachos racinguistas y dirigentes racinguistas con fama de serios, hasta conductores de noticieros.

El pedido más franco es que a Barrientos lo suspendan durante todo el período de recuperación de hábil Gio. El mensaje más turbio e inquietante es el que vino desde el mismísimo presidente de la Afa.

Ahora, estando claro que Moreno se lesiona solo, por un accidente, es insólito cómo se hace blanco en que Barrientos lo había fouleado antes, o en que ambos jugadores habían estado discutiendo verbalmente durante buena parte del partido.

Reiteramos: Moreno se lesionó solo al cometer un foul; hay consenso sobre eso, ahí están las imágenes.

Como comentábamos con mi dolido amigo académico, Juan Pablo Rud, la rotura de ligamentos al trabarse la rodilla es una fatalidad, equivalente a que te caiga un piano en la cabeza. No importa si habías discutido con alguien una hora antes, o si alguien te había dado un par de patadas o te había agarrado de la camiseta veinte minutos antes: ese alguien no tiene la culpa de que te haya caído un piano en la cabeza.

Hubo escasísimas defensas para Barrientos en todo esto.

No voy a hacer una victimización de hincha de equipo chico, del tipo “si el que se lesionaba era el 10 del Albo, nadie iba a pedir la cabeza del 5 de Racing que lo había fouleado una hora antes”. No. Tampoco voy a apuntar la discriminatoria acusación que supone que un habilidoso y seductor enganche caribeño que juega en un club grande le hace bien al fútbol, mientras que un rústico obrero patagónico de un club modesto le hace mal.

Sí quisiera marcar que la “mala leche” con la que se asoció a Barrientos en todo esto, suena más a la presunta mala suerte que castiga a Racing (recordemos que viene de sufrir la muerte del masajista por un... ¡rayo caído en pleno entrenamiento!), que a la supuesta maldad del mediocampista de All Boys (un aplauso para la polisémica tapa de Olé).

No sé si Barrientos tiene buen corazón. Sí sé que los hinchas de Huracán, con mi amigo quemero Martín Correa a la cabeza, lo recuerdan con mucho afecto. Y también sé que en All Boys ha transpirado la camiseta cada minuto que jugó.

No sé si Barrientos evade impuestos, le pega a su abuelita, vota a Aldo Rico o tortura hámsters en su casa. No sé si es un malvado. Sí sé que no rompió al pobre Gio.

La única mala leche que hay en todo esto, es tratar de meter a alguien preso por un crimen que no cometió.

lunes, 14 de febrero de 2011

El Loco Juan

Tal vez haya sido un héroe trágico de la mitología de la Antigua Floresta. Lo vi muchas veces en la cancha de All Boys; siempre me pareció un hombre mayor, un viejo. No parecía demasiado centrado en el partido, intercambiaba palmadas en la espalda y saludos afectuosos con la gente en la tribuna, tenía los ojos entrecerrados, llevaba el labio inferior en primera fila, iba y venía por la vieja plateíta de socios, o por cualquier rincón del Islas Malvinas. Juraría –aunque no tengo pruebas– que mantenía una franca relación con el vino, y esta conjetura no es una vigilanteada, sino un presunto dato de color. De color tinto.

El Loco Juan era un personaje que, cuando te pasaba cerca, hacía florecer las anécdotas. Que era un hincha caracterizado (cuando eso no implicaba fierros, ni brazos armados de intendentes del conurbano). Que todos lo querían. Que había trabajado en una fábrica de repuestos. Que hasta dormía en el club. Que en Floresta se le había perdido la pisada, misteriosamente, durante un tiempo; pero que volvió en una final para zafar de un descenso entre All Boys y Talleres, en la cancha de Huracán, en un partido que tuvo final feliz para el Albo. Ese día su presencia llamó la atención, y según consigna mi papá, Eduardo Aguirre, “ya muchos ni lo ubicaban, pero hablaban del viejo loco que se ponía en cueros para alentar”.

Esa era la seña particular por excelencia del Loco Juan: alentar a All Boys en cueros, aún en los días más fríos y lluviosos del siglo XX, cuando las temperaturas del planeta eran un par de grados más bajas que ahora (¡un saludo al calentamiento global!).

Esta semana volvió a pasarme cerca, y como siempre, hizo florecer las anécdotas; se me había aparecido el Loco Juan, y no en calidad de fantasma. El quemero don Néstor Marchetti, conocedor del Álbum Blanco, había advertido por casualidad, una lápida con el escudo de All Boys en el cementerio de la Chacarita, y me llamó para contármelo. Era la tumba del Loco Juan, que murió en algún momento en la última década, y que descansa al resguardo del símbolo blanco y negro.

Una pesquisa sin precedentes (en la que, además de mi papá, colaboraron con entusiasmo personalidades de Floresta como el querido ex presidente de All Boys, Roberto Di Pietro, y como el señor Farías, viejo amigo del Loco) permitió recuperar su nombre completo: el legendario hincha se llamaba Saverio Juan Crivaro.

Tantas veces me lo crucé en Floresta, y nunca imaginé que iba a escribir sobre él. Qué loco. Qué loco el Loco Juan.

miércoles, 9 de febrero de 2011

All Boys Floresta Viva Argentina

Volvió El Álbum Blanco investiga, en este caso, para consignar un recuerdo de estricto interés albo, fechado en enero de 1993, y del que, por desgracia, no tengo documento fotográfico que lo respalde.

Aquel verano, pasé las vacaciones junto a mi familia en una playa brasileña ubicada en la isla de Santa Catarina.

Por entonces, Brasil ofrecía una importante conveniencia cambiaria para nosotros y todos nuestros compatriotas; y por extensión, los veraneantes que estaban en las distintas playas de la isla eran, en su inmensa mayoría, argentinos.

Una tarde pos-playa, recorriendo en coche las montañosas rutas de la isla –creo, íbamos desde Canasvieiras a Ingleses–, avistamos, en una pared natural de roca oscura que se encontraba a unos metros de la banquina, un graffiti difícil de olvidar. Decía, en letras blancas, mayúsculas; “All Boys Floresta Viva Argentina”.

No había sido yo. Tampoco –doy fe – mi viejo, ni mis hermanos. Y esa pintada anónima, tan cercana a nuestros terruños geográfico y futbolístico, tan inesperada como dar con una convención de osos panda en os morros do sul brasileiro, desató una descomunal euforia en el vehículo.

Unos días después decidimos volver con la cámara de fotos, para retratarnos con ese graffiti con el que el Albo conquistaba Brasil. Pero cuando, no sin cierto esfuerzo, rastreamos e identificamos la misma pared de roca oscura que se encontraba a unos metros de la banquina, encontramos que el mensaje había sido prolijamente tapado con pintura. Las autoridades brasileñas actuaron con botona celeridad contra el vandalismo de exportación.

El recuerdo bien podría devenir en llamado a la solidaridad. Quizás ese hincha de All Boys que pasó el verano de 1993 en Florianópolis, y que fue el autor de aquella leyenda, visite el Álbum Blanco y pueda colgarse en el pecho la cucarda de decir: “¡Fui yo!”

martes, 1 de febrero de 2011

Un pedazo de mi infancia

“No sos el único que tiene emociones mezcladas/
No sos el único barco a la deriva en este mar…”
(Mick Jagger y Keith Richards)

Hubiese sido más noble haber escribir estas líneas en las malas. Pero estas buenas son tan buenas que pueden lavar cualquier culpa.

Varias veces me he preguntado qué es All Boys para mí (y abro la cancha: qué es un club para sus hinchas). Y es inevitable que las cosas se mezclen.

En mi catálogo de recuerdos infantiles, una de las escenografías que más veo es la tribuna alta –ahí me llevaba mi papá; ahí me lleva, todavía, a veces– del Islas Malvinas.

Ahí estoy en la escuela primaria, en Gaona y Segurola, quedándome fuera de las conversaciones entre mis compañeros, que eran todos hinchas de equipos de Primera, cuyos partidos, a diferencia de los del Albo, podían verse por TV.

Ahí está mi abuelo, Pedro, que disimulaba –con sobria generosidad– su propio desencanto de tantos años del Albo en el Ascenso, respetuoso de mi indefendible entusiasmo infantil por una causa deportiva en la que rara vez, sino nunca, nuestro equipo era el favorito.

Ahí estamos con mis hermanos, jugando al fútbol en la Placita San Pedro, tratando de recordar los nombres de los 11 jugadores que habíamos visto ayer, en la cancha. ¿Palópoli? ¿De la Llera?

Confirmado: All Boys es una parte de mi infancia. Y más: quizás esté mal decirlo, pero es una parte de mi familia.

Y aunque tanta avalancha publicitaria y para-futbolística haya vaciado el concepto de “pasión”, a fuerza de usarlo para vender zapatillas o naranjadas, a no confundirse: la emoción genuina nunca es un lugar común.

domingo, 23 de enero de 2011

Vieytes: el soldado desconocido

“Se van amigos, otros vienen”
(Andrés Calamaro)

Estaba esperando que Marcelo Vieytes tuviera su momento en esta campaña del Albo en Primera, pero ante la posibilidad de que el veterano volante zurdo se vaya del club en busca de continuidad, creo oportuno compartir el paralelo que he intuido entre el Negro yuna figura histórica: la del soldado desconocido.

En las grandes batallas, las Naciones suelen homenajear a un combatiente cualquiera, sin consignar su nombre, con un monumento en honor al soldado desconocido. Y en ese homenaje anónimo, se homenajea a todos. El ejemplo más cercano es el que hay en la Catedral de Buenos Aires, en memoria de uno de los héroes de la independencia de la Patria.

El Negro Vieytes entra en esa idea. Su gol histórico, mágico y casi accidental ante Rosario Central, en la épica Promoción en Arroyito, lo hizo entrar en la historia grande de All Boys. Dos años antes ya se había ganado, en silencio, un puesto como titular en el equipo campeón de la B Metropolitana. Sin ser un crack, hizo historia.

Acaso sea el gran NN del núcleo de jugadores de esta inolvidable era-Romero. Futbolistas que han llegado tan profundo en el corazón del Albo que, en cada libro de pases, cuando alguno de ellos se va, la nostalgia es inevitable. Pasó antes con Fernando Fayart, Pablo Solchaga y Darío Stefanatto. Pasa ahora con Jonathan Ferrari, Matías Pérez García y el Negro Vieytes.

Son adioses dolorosos. Tan dolorosos que vuelven algo ingrato el clásico cantito de “pasan los años, pasan los jugadores”.

De los refuerzos, más allá de la curiosidad del nuevo retorno de Gustavo Bartelt, y del impensable crack mainstream Ariel Ortega –quien ya tendrá su post en el Álbum Blanco–, no puedo sino festejar por anticipado el retorno de Emmanuel Gigliotti. Se van soldados de sangre blanca, pero por suerte también vuelven otros.