Al hincha siempre lo moviliza el pedido por los pibes, es decir,
por la inclusión en el equipo de Primera de futbolistas
juveniles, productos briosos y ricos en acné de las divisiones
inferiores.
Es que los pibes son todo promesa: renovación de espíritu, sangre
joven, energías ilimitadas, presuntas virtudes desconocidas, identificación con
el club, desparpajo de amateur, ausencia de mañas propias de los ajados y
curtidos jugadores superprofesionales. ¿Quién no sueña con que el 10 de la
sexta división de su club no sea el próximo Maradona, el próximo Messi? Si le
pasó a Argentinos Juniors o a Newell’s, ¿por qué no nos va a pasar a nosotros?
La promoción de jóvenes futbolistas del semillero (evítese el
españolismo forzado, tilingo de “canterano”) supone, también, eventuales y
nobles aspiraciones económicas: en cada chico que se afianza en Primera subyace
la latente zanahoria en metálico de una futura venta millonaria al extranjero,
de cuantiosos ingresos que podrían hacer crecer al club y proveerle un futuro
de grandeza y opulencia.
Sin embargo, nadie busca lo peor para el equipo que está saliendo
en minutos a la cancha. Ningún hincha pensará en entregar el muy real y chivo
partido de hoy, en pos de apostar por el futuro, siempre escurridizo e
intangible. Lo de “Poné a los pibes” no se lee como una fábula de desprecio por
los viejos, sino que supone que los pibes que aún no jugaron son, o podrían
ser, mejores que los veteranos, aburguesados, carros viejos que ya están
jugando.
La experiencia cercana en el Albo no fundamenta esa idea, casi
cercana al “Diario de la guerra del cerdo”. Nuestros años dorados, los
transcurridos desde el 2008 hasta hoy, fueron protagonizados casi en forma
excluyente por jugadores veteranos. Con honrosas excepciones de héroes jóvenes
(Ferrari, Gigliotti, Pérez García), los grandes jugadores de esta era han sido
mayores de 29: Cambiasso, Sánchez, Campodónico, Fayart, Zárate, Matos,
Barrientos… Jugadores de cutis arrugado, largas biografías y escaso o nulo
valor de reventa.
Acaso Pepe Romero no haya sido un gran cultor de la promoción de
juveniles. O acaso en All Boys no hayan abundado los pibes lo suficientemente
buenos como para ganar titularidad.
Se vislumbra una regla: a iguales habilidades, priorizar al
juvenil. A iguales aptitudes, a igual estado físico, priorizar al juvenil. Pero
si el treintañero promete mejor rendimiento que el chico, ¿no debería jugar el
veterano? ¿Dar ventajas esta tarde en pos de apostar a un futuro próspero?
¿Preferimos perder hoy para ganar mañana?
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