Desde hace algunos años, el
referí tiene la facultad de interrumpir o hasta de suspender un partido cuando los
hinchas, desde la tribuna, cantan o insultan mediante expresiones que impliquen
alguna forma de discriminación, xenofobia o racismo.
Esta medida, evidentemente bienintencionada,
deja implícita la apertura de una maravillosa y semántica zona gris: el árbitro
de fútbol, más allá de los conocimientos que tenga sobre lingüística, sociología,
regionalismos o idiolectos, deberá por un momento dejar de mirar la jugada –¿fue
offside, fue foul?– para detenerse a discernir con sus propias orejitas cuándo
un insulto es discriminatorio y cuándo no lo es.
Por suerte, el árbitro no está
solo: podemos suponer que dispone a su favor de cierto consenso en cuanto a
cómo diferenciar los “insultos racistas” de aquellos “insultos meramente agraviantes”
que, en este caso, no ameritarían sanción. Una canción cuya letra ponga en duda
el país de nacimiento, la pigmentación de la epidermis o el credo religioso de
los representantes del equipo rival, parece ser razón suficiente para
considerar que quien la canta, está discriminando.
Quedará para otra ocasión
preguntar, con tono casi filosófico, si es que existe algún insulto que, de un
modo u otro, no esté discriminando, ya sea por presuntos hábitos sexuales, por
inusuales atributos físicos o por la profesión de la madre.
Y aquí es donde llegamos a una
paradoja insultante que solemos vivir los hinchas de All Boys cada vez que
enfrentamos a equipos de las provincias: Córdoba, Jujuy, Mendoza, Santiago del
Estero… Tanto en la cancha, como en los foros virtuales, nos toca escuchar, con
tono de agravio, “porteños hijos de puta”, “porteños culeados” o simplemente, “porteños”.
¿Es un insulto “en sí” la
palabra “porteño”? Claro que no. Pero, como suele ocurrir en las expresiones
discriminatorias, el elemento agraviante lo da el contexto.
Vale analizar el
conjunto de prejuicios que pone en juego el insulto “porteño”, que evidentemente
activa cuestiones vinculadas con la vieja pica entre federales y unitarios. Hinchas de Gimnasia de No Sé Dónde, de la Primera Nacional, darán por sentada
aquella historia de que Dios atiende en Buenos Aires. Y como All Boys es de
Buenos Aires, concluirán en que Dios atiende bien cerquita del estadio Islas Malvinas.
Pues no. All Boys es un club
porteño, sí, pero definitivamente no goza de privilegios. No podemos
compararnos con el poder de lobby de clubes porteños como Boca, River o San
Lorenzo.
Y, de hecho, los porteños como
All Boys en muchos ámbitos salimos perdiendo en el mano a mano con los clubes
de las provincias. Como cuando cuentan con respaldos o patrocinios regionales
y/o políticos. O como cuando debemos acatar normativas policiales o de
seguridad mucho más estrictas y costosas que las que rigen para los estadios de otras jurisdicciones.
Hermano federal, hermano de las
provincias, los de All Boys somos porteños, sí. Pero porteños de clase
trabajadora.
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