La paridad casi siempre es un supuesto, una ficción.
Suponer que un partido de fútbol comienza con un equilibrio de fuerzas sólo
porque cada equipo está conformado por la misma cantidad de jugadores, es como
suponer que once sandías llenan tanto como once pasas de uva.
Imagino un partido: el Barcelona de Messi, Neymar/Ronaldinho, Iniesta,
Xavi, contra el Victoriano Arenas de Fulano, Mengano, NN y el Pibe Gandorfio (o
bien, contra el All Boys de Ricardo Rodríguez…). El árbitro expulsa a un
jugador, de cualquiera de los dos equipos. ¿Quién se anima a decir “con la
expulsión se rompió la paridad, todo se hizo más fácil”?
Desde el vamos, esta aventura de All Boys en Primera supone que somos los más
débiles en muuuuuchos casos. Hay un largo entramado de variables (riqueza y
extensión de los planteles, montos de los contratos, respaldos financieros, prebendas
dirigenciales, empresariales, regulatorias, políticas y de todo tipo, lobbies
varios) que hace que, ante gran parte de los equipos de la categoría, el Albo
esté abajo, muy abajo; casi perdiendo 1-0 antes de empezar a jugar. Aceptado
eso, cualquier ventaja mínima a favor del rival equivale a descalabro total.
No hace falta que sean cinco goles mal anulados ni seis offsides evidentes.
Las pequeñas injusticias que te asesta el árbitro, cuando sos el más débil, se
convierten en condenas.
Recuerdo una frase valentona de un ex jugador de All Boys, Carlos El Loco
Enrique: “En la cancha somos once contra once, y todos tenemos dos patitas y
dos manitos”. Es cierto: muchas veces, la cantidad de pies y manos es casi lo único
que tienen en común dos equipos que se enfrentan.