lunes, 3 de agosto de 2009

Un 9 de nombre

En el armado de un equipo, cada posición tiene su evidente importancia específica: el arquero porque debe evitar goles ajenos, el zaguero porque debe rechazar ataques rivales, el volante central porque debe organizar la primera línea defensiva y así.

Pero el centrodelantero, el puesto al que le corresponde hacer los goles siempre supone una responsabilidad especial. Tiene que ser héroe. Y si no lo es –digamos, si no asegura al menos 13 o 14 goles en un torneo largo– no puede darse por satisfecho. La estadística quizá omita cuántos rechazos de cabeza metió el 6 en una temporada, o cuantos desbordes de veloces mediapuntas rivales impidió el 4 en treinta y ocho partidos, pero será rigurosa a la hora de mensurar cuántos goles metió el 9 en el año. Así es la vida, nadie te obliga a ser jugador de fútbol, ni a ponerte la camiseta 9.

La exigencia es aún mayor cuando llega a un equipo un 9 de nombre, lo que significa, un 9 que ha marcado muchos goles, y que promete seguir haciéndolo con su nueva camiseta.

El arribo a Floresta de Mariano Campodónico, aún siendo un veterano en los últimos semestres de su carrera, aparece como una de las pocas llegadas de un 9 de nombre a All Boys en los últimos años. Si bien su promedio goleador no va a entrar al libro Guinness de las áreas chicas, el ex delantero de Aldosivi y Cerro Porteño de Paraguay tiene una trayectoria con goles que implica una apuesta.

¿A qué 9 que supo llegar a Floresta en los últimos años se le reclamaron más goles que los que se esperan de Campodónico?

Allá lejos, el Pirata Adrián Czornomaz explotó en aquel Albo del Nacional B 94/95, y llegaba con nombre: había pasado por Independiente, San Lorenzo, Quilmes, Banfield y el fútbol europeo. De él se esperaban goles, y los hizo.

Lorenzo Sáez funcionó muy bien en el Nacional B 93/94, y venía de tres temporadas en Primera: Newell’s, Argentinos, Estudiantes. También cumplió.

Quizá no era mucho lo que se esperaba de Sergio Recchiuti, Heber Arriola, Gabriel Chiaverano, Gabriel Cela Ruggieri, Gabriel Gianfelice o Gonzalo Pavone. Y a juzgar por la escasez goleadora que mostraron, fue un acierto no esperar demasiado de ellos. La excepción fue el Tanque Gabriel Bordi, un robusto cordobés proveniente de Instituto, que llegó a Floresta para hacer goles, y los hizo.

El Palomo Alveiro Usuriaga, pintoresco colombiano ya fallecido, decepcionó a pesar de llegar a Floresta casi como ex jugador: su porte y su estrellato lejano en Independiente aún lo mantenían como un 9 de nombre. Pero en All Boys fue un desastre. Saludos por allá arriba.

Quizá la última gran apuesta a un 9 antes de Campodónico había sido el Pepe José Pelanda, que llegó al Blanco en 2005 y venía de ser goleador del campeonato de la B Metropolitana con Italiano. Pero en Floresta no rindió lo esperado y al año siguiente tuvo que volverse a jugar ante las despobladas tribunas del Azzurro.

En esta lista, aclaro, faltan aquellos 9 que llegaron a All Boys sin un pasado que exigiera grandes expectativas (como Emmanuel Gigliotti o Leandro Martínez, entre los recientes) ni tampoco aquellos 9 surgidos de las inferiores del club (como Facundo Diz, Ángel Vildozo o Patricio D’Amico).

Y falta otro. Uno que en su primer arribo a Floresta, no llegó como un 9 de nombre sino, en todo caso, como un respetable delantero. Sus posteriores regresos, desde Ecuador e Israel, ya implicaron un alivio para los hinchas; ya era un 9 de nombre, y se había ganado ese nombre con la camiseta del Blanco. Se trata de Pablo Solchaga.

Me cuesta imaginar a All Boys peleando el ascenso a Primera esta temporada sin que, en el ínterin, Solchaga haya superado sus 100 goles en Floresta.

Si esta idea resulta una mojada de oreja para Campodónico, Zárate, Torassa o cualquier jugador del plantel que tenga capacidad de fuego, bienvenida sea. Pero un 9 de nombre es un 9 de nombre.

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